Page 245 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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corrían a cargo también de siervos, como han testimoniado, por citar unos pocos
ejemplos, las lastras de la regia de Murió o las figuraciones de la Tomba della Caccia e della
Pesca y de la Tomba del Vecchio, ambas en Tarquinia, o la Tomba Golinil de Orvieto.
L o s FUNERALES Y LOS CULTOS FUNERARIOS
Son también las pinturas y los relieves de las tumbas —no han llegado textos—
los que nos informan acerca de los funerales que celebraban los etruscos de condi
ción rica. De acuerdo con tales fuentes, se ha supuesto que, sobrevenida la muerte,
el cadáver de la persona, previamente lavado, ungido y vestido, era trasladado junto
a su tumba. Allí quedaba expuesto (cipo de Chiusi con la figuración de la próthesis,
hoy en el Museo Barracco de Roma) bajo un pórtico o en una tienda levantada al
efecto, durante varios días, en general, los suficientes para que los parientes —inclu
so los que vivían lejos— pudieran acudir a las ceremonias funerarias. En Roma, aque
lla exposición del cadáver duraba nueve días.
Tras haberle elogiado públicamente, los más íntimos y allegados desfilaban ante
los restos mortales del finado: los hombres se llevaban las manos a la frente en señal
de duelo y las mujeres se lamentaban o portaban perfumes, al tiempo que unas llo
ronas, tanto de la familia como, en ocasiones, profesionales, se mesaban los cabellos,
gritaban y gesticulaban ostensiblemente (estatuillas de bucchero del Tumulo di Poggio
Gallinaro, de Tarquinia). Luego, se iniciaba una procesión que abrían dos flautistas;
tras ellos seguían los familiares más directos, dos de los cuales tiraban del carro fune
bre, escoltado por llorosas mujeres. Detrás caminaban los demás parientes y el resto
de las mujeres; otros dos flautistas cerraban el cortejo. El rito del traslado funebre
(ekphorá, en griego) sería de gran solemnidad, si nos hacemos eco de lo dicho por
Polibio (VI, 53) al hablar de la tradición romana republicana referente a tal asunto.
Aunque no nos han llegado representaciones del acto puntual del entierro, se ha
supuesto que, en caso de incineración, el cadáver (modalidad usual en la Etruria in
terior) se llevaría directamente a una pira y tras la cremación se depositarían las ceni
zas en una urna, por lo general, antropomorfa, que se colocaba en la tumba; si se es
cogía la inhumación (que fue la práctica corriente en la zona costera meridional), el
cadáver se introduciría directamente en un sarcófago de cerámica o de piedra, orien
tado, como era usual, hacia el oeste, que pasaría a ocupar el lugar asignado en la tum
ba o panteón familiar. A continuación del entierro tenía lugar el banquete, las dan
zas y los juegos funerarios, todo ello en las cercanías de la tumba. Junto a los restos
mortales del finado se depositaban los vestidos y las joyas personales, armas, instru
mentos variados e incluso manjares y bebidas, así como el carro mortuorio y el lecho
de la próthesis, según se sabe por lo hallado en la Tomba Regolini-Galassi.
En la tumba, una de las almas del difunto —en opinión de A. J. Pfiffig y de otros
autores, los etruscos creyeron en una dualidad anímica— permanecía junto a sus ceni
zas o junto a su cuerpo, disfrutando de lo que allí habían dejado sus parientes, siendo
necesario, sin embargo, para su inmediata revitalización y para que su entidad como
ser continuase de algún modo presente, que se le ofrecieran banquetes (Tomba della Sco-
fra Ñera, Tomba del Triclinium, Tomba del Letto Funebre, etc.), con alimentos muy concre
tos, entre ellos huevos y granadas, especialmente, creídos regeneradores. Una de estas
granadas fue localizada en una phiále de una tumba de Casale Marittimo. También se
le dedicaban juegos funerarios, que se solían repetir con determinada periodicidad.
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