Page 288 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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Por su finalidad, los etruscos conocieron tres tipos de escultura: funeraria (elabo­
        rada en terracota y en piedra), religiosa (terracota y bronce y en menor medida pie­
        dra) y de «uso doméstico» (trabajadas  estas esculturas en bronce, y que terminaban
        por ser depositadas en las tumbas).
           Cada una de las ciudades que se dedicó a la realización de piezas escultóricas po­
        seyó sus propias características plásticas,  dentro de una tónica general de imitación
        de modelos orientalizantes y griegos, destacando en su primera etapa de formación
        las ciudades de Caere, Tarquinia, Veyes y Vulci.
           La escultura, trabajada fundamentalmente en bronce y en barro cocido —los ar­
        tistas etruscos no utilizaron en general la piedra ni el mármol como elemento plásti­
        co—, conoció, a partir de su etapa arcaica, una evolución muy visible no sólo en sus
        diversos talleres, sino también en su temática y en sus postulados estéticos, alejándo­
        se poco a poco de la plástica oriental, singularmente siria, y de la griega, a pesar de
        su notable influencia. Razones religiosas, y también económicas, más que estéticas o
        técnicas, fueron las que marcaron la gran diferencia entre ambas maneras de enten­
        der la escultura.


        Ejemplares broncíneos

           Fue con el bronce, martilleado o fundido y tanto a gran tamaño como en minús­
        culas obras, donde el artista etrusco alcanzó su máxima expresividad. Basta recordar
        unas pocas piezas, mundialmente conocidas y ampliamente estudiadas, para hacerse
        idea de su excelente calidad: la Loba capitolina, la Quimera de Arezzo, el Marte de Todi
        y el Orador—conocida ésta con el nombre italiano de I’Arringatore—, piezas cumbres
        del arte universal de todos los tiempos.



        a)  La Loba capitolina

           La Loba capitolina (1,14 m de longitud), cuya historia ha estudiado Μ. E. Micheli,
        fue una obra de un taller no precisado (¿Vulci?,  ¿Tarquinia?), de finales del siglo v a.C.
        en opinión de F. Matz. Tal loba, figurada a un tiempo recelosa y agresiva, estuvo qui­
        zá destinada a vigilar alguna tumba principesca o a presidir, como elemento apotro-
        paico, algún recinto sagrado. Se piensa en el  ficus Ruminalis, la higuera consagrada a
        Júpiter, junto a la cual habrían sido expuestos Rómulo y Remo, niños amamantados
        precisamente allí por una loba, según la leyenda.
           Tito Livio (X, 23), por su parte, alude a la existencia de una loba que, en el año
        296  a.C.,  se había convertido en símbolo  de los romanos; Cicerón (Cat.,  III,  8) re­
        cuerda que en el año 65 a.C. una loba de bronce dorado, que se hallaba en el Capi­
        tolio, había sido herida por un rayo. Lo curioso es que la actual Loba capitolina, que
        se exhibe en el Museo del Palazzo dei Conservatori de Roma, presenta un desperfec­
        to en su anca trasera. No es, en absoluto, consecuencia de aquel hecho, dado que la
        Loba capitolina hoy existente —de acuerdo con los análisis efectuados en 1999— no
        es de bronce dorado. Se ignora a qué simulacro, golpeado por el rayo, aludiría Cice­
        rón. Perdida la estatua durante algún tiempo, y recuperada a finales de la Edad Media,
        pasó a ser expuesta al público con el aditamento de dos figuritas, obra del artista del
        Renacimiento A. del Pollaiuolo, que representan a los míticos Rómulo y Remo.

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