Page 401 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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na (nethsrac),  según se sabe por la inscripción existente en el volumen que desenrolla
       ostensiblemente en su sarcófago.
          En la misma época o quizá a comienzos del siglo π a.C. vivió Petru Sceva, importan­
       te personaje de Cortona, quien, además de arúspice (pava), fue también oficiante escan­
       ciador (traula) e incluso astrólogo (tmrtelathurj, según testimonia la Tabula Cortonensis.
          Cayo Postumio  (Gaius Postumius),  arúspice particular de L.  Cornelio Sila,  quizá
       descendiente  de una familia Pustminas de Pyrgi,  interpretó la aparición de  una ser­
       piente debajo de un altar como un signo favorable (Cicerón, De div., II, 65).
          Muy interesante es la relación de 25 arúspices aportada por M. Torelli en sus Elo­
       gia Tarquiniensia, obra más arriba citada. De entre ellos recogemos a Herennio Siculo
       (Valerio Máximo, 9,12), personaje tal vez de Volsinii, que, involucrado en asuntos po­
       líticos, se suicidaría en el año 121 a.C.; y a Cayo Postumio (Cicerón, De div., I, 33, 72),
       quien, gracias a la interpretación de un prodigio —la aparición de una serpiente—,
       ayudó a Sila, en el 89 a.C., a apoderarse de un campamento samnita instalado ante
       Ñola.
          Tras ellos pueden ser recordados P. Coelio —del ordo L X haruspicum—-, y Espuri-
       na (Spurinas,  en etrusco), arúspice de C. Julio César, a quien le predijo, según conta­
       ron Suetonio (Vit.  Caes., 81) y el retórico romano Valerio Máximo (VIII, 11), que su
       muerte ocurriría en los idus de marzo del 44 a.C., como así aconteció. Aquella fecha,
       refrendada poco tiempo después con la aparición de un cometa (Iulium sidus),  tam­
       bién fue evaluada, según Servio (Ad Buc.,  IX, 46), como la señal del «noveno siglo»
       de la historia etrusca y el comienzo del «décimo» por el arúspice Vulcanio (Vulcanius),
       de probable origen etrusco. Este personaje, que murió repentinamente tras haber des­
       velado aquel secretum, sería incluso mencionado mucho más tarde por Isidoro de Se­
       villa en sus Etimologías (XV, 31).
          Muy famosos fueron los componentes de una saga familiar sacerdotal relacio­
       nada con la aruspicina, la de los Tarquicio Prisco, originarios de Tarquinia.  El pri­
       mero de ellos —identificable con el Tarquenna de Varrón (De re rustica, I, 2)— fue
       traductor,  a finales  del  siglo  i  a.C.,  de  diferentes  libros  de  la Etrusca disciplina,  así
       como autor de una colección de prodigios (Ostentarium Arborarium,  Ostentarium tus­
       am ) y copista de los Libri haruspicinales y fulgurales. Su obra, que contribuyó a popu­
       larizar la religión etrusca entre los romanos, llegó a ser consultada hasta el siglo iv de
       nuestra era, según sabemos por el historiador latino Amiano Marcelino (XXV, 2). Del
       indicado arúspice y de su hijo, que también había aprendido la ciencia de los rayos,
       tenemos noticia gracias a dos inscripciones de Tarquinia (CIL, XI, 3370 y 7566). Un ter­
       cer Tarquicio Prisco, que enseñó el arte de la aruspicina en Roma durante unos 30 años,
       llegó a ser consejero religioso del emperador Claudio, experto etruscólogo.
          Otro tanto debe decirse de la gens Caecina (en etrusco,  Ceicna),  natural de Volte­
       rra, algunos de cuyos componentes alcanzaron notoriedad en el campo de la políti­
       ca. De ellos, el más famoso fue Avie Ceicna, autor de unos comentarios sobre la cien­
       cia de la adivinación y sobre algunos aspectos de la Etrusca disciplina, trabajos que fue­
       ron  consultados  por  Cicerón,  Séneca  y  Plinio  el  Viejo.  Sería  incluso  defendido
       judicialmente  en  el  año  68  a.C.  por  Cicerón,  su  compañero  de  estudios,  dada  la
       amistad que se profesaban (Discurso Pro Caecina).
          Arúspices etruscos que merecen ser recordados, aunque su onomástica nos haya
       llegado latinizada, fueron:
          El mítico Oloeno Caleno (Oloenus Calenus),  que hubo de vivir a finales del si­
       glo vil a.C. Tal personaje en época del rey Tarquinio Prisco intentó descifrar un por-

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