Page 138 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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La b e l l e z a

          La pérdida del ojo en la travesía de los Alpes apenas afea a Aní­
       bal16. La belleza de espíritu del hombre superior ha de tener correlato
       en su apariencia física, cuyos defectos son espejo de las máculas del
       alma17. Así era requerido en el arquetipo clásico que idealiza los rasgos
       de  los personajes  sobresalientes y sólo  respeta la realidad  de  quien
       abiertamente se mofa o discute los valores establecidos. ¡Quién si no
       Sócrates había de estar representado rematadamente feo!
          Cuando Aníbal pone sitio a Sagunto estaba en la flor de la juven­
       tud, tenía una comprensible confianza en sí mismo y un formidable
       equipamiento militar, constituido a lo largo de años, a pesar de lo cual
       no duda en aceptar la posibilidad no deseada con la frase: «si hemos
       de perder...»18. Esta moderación es persistentemente destacada por las
       fuentes; sin embargo, en el fondo de toda la actuación de Aníbal está,
       como veremos en el apartado final, la ira funesta. No hay incompati­
       bilidad entre esos dos contrarios: la ira es la fuerza del destino, la mo­
       deración la forma de alcanzarlo. En Viriato no se perfilan tan nítida­
       mente las peculiaridades de su carácter, la leyenda no se ha preocupa­
       do tanto por este símbolo secundario. Sin embargo, al hacer balance
       de los retazos biográficos  de ambos héroes,  descubrimos  que  aflora
       una lección de los valores fomentados por el pensamiento dominan­
       te, los que caracterizan al hombre bueno, al gobernante atinado y al
       responsable militar oportuno.
          La enseñanza, para ser óptima, no puede ser exclusivamente laudato­
       ria; por ello la selección de rasgos negativos de la personalidad del héroe
       es estimulante para el lector aprendiz. Al padre Mariana es obvio que le
       interesaban especialmente algunos aspectos y a ello responde este retrato
       de Aníbal al hacerse cargo de las tropas púnicas: «Era mozo de grande es­
       píritu y corazón. Tema naturalmente muy aventajadas partes, dado que
       los vicios y malas inclinaciones no eran menores. El cuerpo endurecido
       con el trabajo, el ánimo generoso, más codicioso de honra que de deley-
       tes. Su atrevimiento era grande, su prudencia y recato notables. Estas vir­
       tudes afeaba y escurecía con la deslealtad, crueldad y menosprecio de


         16  Sobre el paso de los Alpes: Pol. 3.47-60 y Liu. 21.31-38.
         17  Que nadie olvide esa hermosa aportación a la Historia de la fisiognómica que es
       el tratado dej. Caro Baroja, La cara, espqo del alma, Barcelona, 1987.
         18  B. H. Warmington, Storia di Cartagine, Turin, 1968 (1960), 249.

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