Page 139 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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toda religión. Verdad es que era agradable y amado de todos, así de los
      menudos como de los principales»19. La moraleja es notoria.
         Lo que sorprende no es ya tanto el uso que de la información clá­
      sica se ha hecho en tiempos lejanos, sino el que aún sigue realizándo­
      se. Un gran arqueólogo de la Cartago púnica afirma en un libro publi­
      cado en 1992 que Aníbal tenía una gran personalidad, rica y diversa,
      «fascinante incluso por lo que respecta a su apariencia física»20. La be­
      lleza de Aníbal es reconocida por sus propios soldados en el pasaje de
      Livio  (21.4.2)  que  resultará  para  muchos  conocido:  «los  veteranos
      pensaban que se les había devuelto a Amílcar en su juventud: veían en
      Aníbal la misma expresión en el rostro, la misma viveza en los ojos, su
      misma fisonomía y sus mismos rasgos de la cara». Pero no atisbo a re­
      conocer qué partido en la actualidad se puede obtener del reconoci­
      miento de la belleza de Aníbal; ¿necesitamos acaso perfilar los rasgos
      del general que nos haya de dirigir en un futuro inmediato?
         De Viriato se destaca más bien su belleza interior, patrimonio de
      nuestra raza, como nos recuerda Valdeavellano: «Viriato resume en su
      persona los caracteres distintivos de los indígenas de la Hispania pre-
      romana, y lleva sus cualidades a su expresión más alta... Viriato es una
      fuerte individualidad, el hijo de una raza libre... su gloria [es] la de los
      héroes populares, en que se encarna el pueblo mismo con sus cualida­
      des y defectos»21. Qué lejos se encuentra esta glosa de la escueta men­
      ción del Profesor Roldán: «El crimen elevó la figura de Viriato a la ca­
      tegoría de mito y contribuyó a fijar su leyenda ya en la Antigüedad,
      que nos vela los rasgos auténticos de su personalidad, sustituidos por
      anécdotas, sin duda en muchos casos inventadas»22.
         El padre Mariana no se excede en el encomio de Viriato, se ajusta


         19  Lib. II, cap. IX.
         20  S. Lancel,  Cartago, Barcelona, 1994 (1992), 344. No especifica qué tipo de fasci­
      nación le seduce, aunque menciona el Hannibal de G. Ch. Picard (París, 1967,204-208).
      Lo que no puedo compartir es el entusiasmo por el «gran hombre», maltratado por los
      suyos: «La figura de Aníbal en la historia y en la leyenda es tan grande que se necesita­
      ría al menos todo un libro para contenerla, aun sin incluir esa segunda vida en el exilio
      al que le confinaron la hostilidad de Roma y la ingratitud de los suyos desde 195. En el
      corazón mismo de este destino excepcional, los años que duró la campaña que le llevó
      de España al sur de Italia son un tema casi inagotable para los historiadores. Sólo la tra­
      vesía de los Alpes podría llenar una biblioteca entera» (ibid., 344). Se trata, sin duda, de
      una cuestión de percepción de la Historia.
         21  L. G. de Valdeavellano, Historia de España. I. De ¡os orígenes a la Baja Edad Media,
      Madrid, 1955,166.
         22 J. M. Roldán, La España Romana, Madrid, 1989,27. Aún comentario menor me­
      rece la figura del heroico lusitano a J. Arce, «Las guerras ’celtíbero-lusitanas» en Historia
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