Page 247 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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tituye en el adversario (anticristo) por excelencia de Jesús y su pueblo
(Ap 13, 1 y ss.; 17). Se impone la resistencia, la no participación ni si
quiera en el entramado económico del Imperio (Ap 13, 1728), incluso
la aceptación de la muerte por no convivir y adorar a la Bestia. El an
helo de estos cristianos era la destrucción del Imperio, junto con el
mundo presente para que se instaurara por fin el Reino de Dios, creán
dose la nueva Jerusalén en el marco de un nuevo cielo y una tierra
nueva (Ap 19 y ss.). Es imposible hallar postura más encontrada y hos
til frente a la estructura del Imperio Romano.
Esta tesitura de enfrentamiento ideológico se enmarca, sin duda,
en el contexto de una creencia firmísima no sólo de esta comunidad
del Apocalipsis, sino de todas las cristianas más primitivas, de estar vi
viendo los momentos finales del mundo. Como lo expresa el desco
nocido autor de la Primera Epístola de Juan (2, 18): «Hijos míos: es la
última hora. Habéis oído que iba a venir un anticristo; pues bien, mu
chos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que ya
es la última hora.» Y en otro contexto escribe Pablo (pero representan
do la misma creencia que la comunidad del Apocalipsis): «Os digo,
pues, hermanos, el tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer,
vivan como si no la tuviesen; los que lloran como si no llorasen. Los
que están alegres como si no lo estuviesen..., porque la apariencia de
este mundo pasa» (1 Cor 7,29-31).
La perspectiva de un final tan inmediato del universo todo im
pedía lógicamente a la comunidad primitiva toda participación real
en la vida del Estado. No podía interesar otra cosa que vivir lo más
piadosamente posible los momentos finales. ¿Para qué preocuparse
de más? El régimen de comunismo de consumo que adoptó la pri
mitiva comunidad jerusalemita —como nos testimonia Hch 2, 44-
45; 4, 32-3 529, y que luego condujo a una catástrofe económica,
siendo necesarias ciertas colectas entr^ otros grupos de cristianos
para sobrevivir (cfr. 2 Cor 8 y ss.)— es una clarísima muestra de
cuán alejadas estaban sus mentes de entrar en el juego incluso de la
vida normal del Imperio. No reinaba precisamente entre ellos el
aprecio por un trabajo creativo en este mundo: la proximidad del
fin hacía superflua toda consideración de un régimen económico
28 «Y que ninguno pueda comprar ni vender, a no ser el que lleve esa marca, que
es el nombre de la Bestia, o el número de su nombre.»
29 «Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus po
sesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada
uno» (2, 44-45).
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