Page 324 - El Retorno del Rey
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—Sí, y cuanto antes mejor —dijo Merry—. ¡Y no seas demasiado blando! Él
es el responsable de haber traído a la Comarca a esos rufianes, y de todos los
males que han causado.
El granjero Coto reunió una escolta de unas dos docenas de hobbits fornidos.
—Porque eso de que no quedan más rufianes en Bolsón Cerrado es una mera
suposición —dijo—. No sabemos.
Se pusieron en camino, a pie. Frodo, Sam, Merry y Pippin encabezaban la
marcha.
Fue una de las horas más tristes en la vida de los hobbits. Allí, delante de ellos,
se erguía la gran chimenea; y a medida que se acercaban a la vieja aldea en la
margen opuesta del Delagua, entre la doble hilera de sórdidas casas nuevas que
flanqueaban el camino, veían el nuevo molino en toda su hostil y sucia fealdad:
una gran construcción de ladrillos a horcajadas sobre las dos orillas del río, cuyas
aguas emponzoñaba con efluvios humeantes y pestilentes. Y a lo largo del
camino, todos los árboles habían sido talados.
Un nudo se les cerró en la garganta cuando atravesaron el puente y miraron
hacia la colina. Ni aun la visión de Sam en el Espejo los había preparado para ese
momento. La vieja alquería de la orilla occidental había sido demolida y
reemplazada por hileras de cobertizos alquitranados. Todos los castaños habían
desaparecido. Las barrancas y los setos estaban destrozados. Grandes carretones
inundaban en desorden un campo castigado y arrasado. Bolsón de Tirada era una
bostezante cantera de arena y piedra triturada. Más arriba, Bolsón Cerrado se
ocultaba detrás de unas barracas.
—¡Lo han derribado! —gritó Sam—. ¡Han derribado el Árbol de la Fiesta! —
Señaló el lugar donde se había alzado el árbol a cuya sombra Bilbo había
pronunciado el Discurso de Despedida. Yacía seco en medio del campo. Como si
aquello fuera la gota que colmaba el cáliz, Sam se echó a llorar.
Una risa acabó con las lágrimas. Un hobbit de expresión hosca holgazaneaba
recostado contra el muro del patio del molino.
—¿No te gusta, Sam? —dijo, burlón—. Pero tú siempre fuiste un corazón
tierno. Creía que te habías ido en uno de esos barcos de los que tanto hablabas, a
navegar, a navegar. ¿A qué has vuelto? Ahora tenemos mucho que hacer en la
Comarca.
—Ya lo veo —dijo Sam—. No hay tiempo para lavarse, pero sí para sostener
paredes. Escuche, señor Arenas, yo tengo una cuenta que ajustar en esta aldea, y
no venga a alargarla con burlas, o le resultará demasiado salada para su bolsillo.
Ted Arenas escupió por encima del muro.
—¡Garn! —dijo—. No puedes tocarme. Soy amigo del Jefe. Pero él te tocará
a ti, te lo aseguro, si te atreves a abrir la boca otra vez.
—¡No pierdas más tiempo con ese tonto, Sam! —dijo Frodo—. Espero que no
sean muchos los hobbits que se han convertido en esto. Sería una desgracia