Page 235 - La Traición de Isengard
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ellos. Llámanos si algo anda mal. ¡Y no pierdas de vista al enano!
Legolas bajó llevando el mensaje de Hathaldir; y poco después Merry y
Pippin trepaban a la alta [?plataforma].
—Bien —dijo Merry—, hemos traído vuestras mantas. Aragorn ha ocultado
el resto de nuestro equipaje bajo un montón de hojas viejas.
—No hacía falta —dijo Hathaldir—. Hace frío en las copas de los árboles en
invierno, aunque el viento sopla del sur; pero tenemos bebidas y alimentos que os
sacarán el frío nocturno, y hay pieles y mantos para compartir con vosotros.
Los hobbits aceptaron con alegría la segunda cena; luego, envueltos todo lo
cálidamente posible, trataron de dormir. Cansados como estaban, no les resultó
fácil, ya que a los hobbits no les gustan las alturas y no duermen en pisos
elevados (aun teniendo escaleras, lo cual es raro). El flet no fue del todo de su
agrado. No tenía paredes ni barandillas, sólo en un lado había un biombo
plegadizo que podía moverse e instalarse en distintos sitios.
—Espero no rodar y caerme si llego a dormirme —comentó Pippin.
—Una vez que me duerma, señor Pippin —dijo Sam—, continuaré
durmiendo ruede o no ruede.
Frodo se quedó despierto un tiempo, mirando las estrellas que relucían a
través del pálido techo de hojas temblorosas. Sam se había puesto a roncar a su
lado aun antes de que él, mecido Por el viento entre las hojas y el suave
murmullo de los saltos del Nimrodel, [306] se quedara dormido con la canción de
Legolas sonando todavía en su cabeza. Dos de los elfos estaban sentados, los
brazos alrededor de las rodillas, hablando en susurros; el otro había descendido a
montar guardia en una rama baja. [268]
Frodo despertó más tarde en medio de la noche. Los otro hobbits dormían.
Los elfos habían desaparecido. La última y delgada corteza de la luna menguante
brillaba débilmente entre las hojas. El viento había cesado. No muy lejos oyó
una risa ronca y el sonido de muchos pies. Luego, un tintineo metálico. Los ruidos
se perdieron hacia el sur, adentrándose en el bosque.
De repente, apareció la capucha gris de uno de los elfos por encima del borde
del flet. Miró a los hobbits.
—¿Qué pasa? —preguntó Frodo, sentándose.
—¡Yrch! —dijo el Elfo en un murmullo siseante, y echó sobre el flet la
escala de cuerda que acababa de recoger.
—Orcos —dijo Frodo—. ¿Qué están haciendo?
Pero el Elfo había desaparecido.
No se oían más ruidos; hasta las hojas callaban ahora. Frodo no podía dormir.
Agradecido como estaba de que no los hubieran encontrado en el suelo, sabía que
aunque los ocultasen, los árboles ofrecían poca protección si los orcos los
descubrían; y ellos tenían un olfato fino como los mejores perros. Sacó a Dardo,
y la vio resplandecer como una llama azul, y, luego, apagarse otra vez poco a