Page 321 - La Traición de Isengard
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Sin embargo, el Anillo no es tuyo, salvo por casualidad. Bien podría haber sido de
      Aragorn…  o  mío.  ¡Dámelo!  Entonces  te  habrás  deshecho  de  él,  y  de  toda  la
      responsabilidad. Estarías libre —(con astucia)—. Si quieres, podrías echarme la
      culpa a mí, y decir que era demasiado fuerte y que te lo quité a la fuerza. Pues
      soy demasiado fuerte para ti, Frodo —dijo.
        Y ahora una expresión desagradable apareció de pronto en su rostro hermoso
      y agradable. Se puso de pie y saltó sobre Frodo.
        Frodo no tuvo otra alternativa. Se puso el Anillo y desapareció entre las rocas.
      Boromir  maldijo  y  buscó  a  tientas  entre  las  rocas.  Entonces,  súbitamente,  el
      arranque de cólera lo abandonó, y se puso a llorar.
        —¡Qué locura me poseyó! —dijo—. ¡Vuelve, Frodo! —gritó—, ¡Frodo! El
      mal entró en mi corazón, pero lo he echado.
        Pero Frodo ahora estaba asustado, y se ocultó hasta que Boromir regresó al
      campamento.  De  pie  sobre  las  rocas,  no  vio  nada  a  su  alrededor  salvo  una
      neblina  gris  e  informe,  y  a  lo  lejos  (no  obstante  negras,  precisas  y  duras)  las
      Montañas de Mordor: el fuego parecía muy rojo. Unas voces malignas en el aire.
      Siente el Ojo buscándolo, y aunque no lo encuentra, siente que su atención de
      repente se detiene (por él). [427]
        Aquí termina el texto insertado y la nueva Trama continúa: [382]
        Entonces  Frodo  meditó  y  entendió  que  el  mal  del  Anillo  ya  empezaba  a
      operar incluso entre la Compañía. (Ese mal estaba de nuevo en él, pues había
      vuelto  a  ponérselo.)  Se  dijo  a  sí  mismo:  esto  me  ha  sido  impuesto.  Yo  soy  el
      Portador del Anillo y nadie puede ayudarme. No pondré en peligro a los otros
      hobbits ni a ninguno de mis compañeros. Me marcharé solo.
        Se va  furtivamente  sin  ser visto  y  llegando  a  los botes  sube  a  uno  y cruza
      hacia el Este.
        El mismo Boromir ahora está asustado y aunque (a medias) arrepentido de su
      propia  codicia  por  el  Anillo,  la  maldición  no  le  ha  abandonado  por  completo.
      Piensa en la historia que le contará a los demás. Apresurándose por llegar al Río,
      se topa con Sam, quien ansioso por la larga ausencia de Frodo está subiendo a la
      cima de la colina para encontrarlo.
        —¿Dónde está mi amo? —pregunta Sam.
        —Lo dejé en la cima —dijo Boromir, pero algo salvaje y extraño en su cara
      hizo que Sam experimentara un miedo súbito.
        —¿Qué le has hecho?
        —No he hecho nada —repuso Boromir—. Es lo que él mismo se ha hecho:
      ¡se ha puesto el anillo y se ha desvanecido!
        —Gracias al cielo que la isla no es grande —dijo Sam muy alarmado, pero
      también pensó: « Me gustaría saber qué le habrá impulsado a hacerlo. ¿Qué mal
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