Page 34 - Tratado sobre las almas errantes
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2.3       El Magisterio

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                2.3.1  Et descendit ad inferos



                   Resulta evidente que la expresión “y descendió a los infiernos” del Credo Apostólico tendría
            un significado mucho más profundo a la luz de esta tesis intermediacionista. Por supuesto que la
            citada expresión del Credo por su brevedad y su carácter genérico no es un argumento que se pueda
            presentar  a  favor  del  intermediacionismo.  Pero  no  resultará  ocioso  detenernos  sobre  ella  por  un
            momento. Y es que leído ese artículo desde la tesis intermediacionista, el alma de Jesucristo no sólo
            habría descendido a abrir a los justos las puertas del Seno de Abraham, sino que también habría
            descendido para predicar la salvación a los moradores de las más profundas moradas del purgatorio
            con la intención de guiarles hacia la Luz. De forma que esta predicación ultratumba formaría parte
            de la Redención, constituiría la culminación de la obra salvadora de Jesucristo, el remate final de su
            labor de predicación, gracia y misericordia.
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                   Durante siglos, hemos repetido en los símbolos de la fe la expresión ad inferos  pero, justo
            es reconocerlo, reducido este contenido a su mínima expresión, casi a la literalidad de sus términos.
            “Inferos”  es,  en  su  origen,  un  adjetivo.  De  forma  que  por  el  contexto  se  ha  de  entender  que  se
            refiere  a  “regiones,  lugares,  moradas”.  La  traducción  exacta  sería  “descendió  a  las  [regiones,
            moradas] inferiores [que están debajo]. Pero sea cual sea el sustantivo, se recalca con la expresión

            que no es un lugar unitario, sino múltiple, y por tanto variado.
                   Un  académico  de  la  talla  de  Brinkman,  quizá  el  mayor  experto  mundial  en  la  fórmula
            descendit ad inferos, escribirá:

                      Fue finalmente incluido en el Credo de los Apóstoles, el Símbolo Romano, al que se le dio forma definitiva
                  en  el  siglo  VIII,  especialmente  gracias  a  Carlomagno.  No  hay  consenso  sobre  el  significado  exacto  de  este
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                  pasaje .

                   Es  objeto  de  nuestra  fe  ese  descenso  de  Cristo,  pero  no  se  añade  nada  al  hecho  de  ese
            descenso.  Quizá sea  el  artículo más misterioso  del  símbolo  de la  fe. De acuerdo, Cristo  va allí,
            ¿pero a qué? Es una pregunta lógica y natural. La única luz que los comentaristas ofrecían sobre tal
            artículo,  tan  escueto,  era  la  citada  explicación  sobre  los  justos  en  el  Seno  de  Abraham:  Cristo
            “desciende” para abrir las puertas del Cielo a los justos.
                   Con independencia de lo que se piense acerca de la tesis intermediacionista aquí en cuestión,
            no cabe duda de que este pasaje del Credo ha de ser leído a la luz del pasaje de 1 P 3, 19-20 antes
            analizado:  [Cristo  tras  su  muerte]  predicó  a  unos  espíritus  en  prisión  que  tiempo  atrás  fueron
            desobedientes. Ese pasaje petrino nos ofrece una explicación de qué es lo que pudo hacer Jesucristo



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                   En referencia a la antigüedad de la expression “ad inferos”: “De acuerdo al testimonio de Rufino (fin del IV
            siglo) ya había aparecido en la confesión bautismal de Aquileya. Los sínodos de Sirmio (357) y de Nicea (359) estaban
            familiarizados con la expresión. Desde el siglo VII y VIII, lo encontramos en la Galia, España y Alemania”. Martien E.
            Brickman, The descent into hell and the phenomenon of exorcism, in G. D. Gort (ed), Probing the depths of Evil and
            Good, Editions Rodopi B.V., Amsterdam, 2007, pg. 239.
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                    Martien  E.  Brinkman,  The  tragedy  of  human  freedom:  the  failure  and  promise  of  the  Christian  Concept  of
            Freedom in Western Culture, Rodopi B.V., Amsterdam 2003, pg. 91.
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