Page 35 - Tratado sobre las almas errantes
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en las regiones inferiores. Si fuera así, ese “descenso” estaría lleno de contenido: sería el último
            acto de la Redención.
                   Brinkman también llegaba a la conclusión de que esa fórmula del Credo debe ser puesta en
            conexión con el misterioso texto de la Carta de Pedro sobre la predicación de ultratumba por parte
            de Cristo:

                      Un  pasaje  complicado  como  el  de  1  P  3,  19  (cf.  1  P  4,  6)  parece  significar  incluso  más:  es  decir,  que
                  aquellos que murieron como no creyentes se les da otra oportunidad para la conversión después de la redención
                                                                                              75
                  de Cristo. De forma que el destino de los muertos no se presenta aquí como meramente pasivo .

                   Pero,  ciertamente,  no  podemos  ir  más  allá  del  hecho  de  reconocer  que  existió  esa
            predicación del alma de Cristo a esos espíritus, y por tanto tampoco aquí podemos encontrar asidero
            seguro e indudable para la tesis intermediacionista. Sea de ello lo que fuere, es un hecho que los
            redactores del  Símbolo  Romano no consignaron en palabras  el hecho de que Jesucristo abrió la
            Puerta de los Cielos a los moradores del Seno de Abraham, sino que voluntariamente escogieron la
            mucho más ambigua formulación de descendit ad inferos.
                   Dicho de otro modo, el objeto directo e inmediato de nuestra fe (tal como está expresada en
            ese Credo) son esos artículos tal cual están consignados. De forma que en el Credo Apostólico el
            objeto de la proclamación de la fe es afirmar que hubo un misterioso descenso del alma de Cristo a
            las regiones inferiores. La explicación de la apertura del Seno de Abraham sería ya una glosa de ese
            artículo.
                   Esto no niega, en absoluto, la explicación teológica sobre la apertura del Reino de los Cielos
            a los que moraban en el Seno de Abraham, pero un intermediacionista dirá que tampoco se excluye
            que ese artículo de la fe no se refiera a alguna otra acción que no nos es dado conocer. Y hay que
            reconocer  que,  sea  verdadera  o  no  la  tesis  intermediacionista,  no  podemos  afirmar  con  ninguna
            certeza que ese artículo de la fe se reduzca al acto de apertura del Seno de Abraham.


                2.3.2  Iudicare vivos et mortuos

                Después  de  habernos  detenido  en  ese  artículo  del  Credo  Apostólico,  vamos  a  hacerlo  ahora
            sobre otro: el artículo que dice iudicare vivos et mortuos. La Iglesia siempre ha predicado su fe en
            la existencia de un Juicio Final. Von Balthasar escribió sobre este tema:  No podemos negar que
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            bíblicamente no hay dos juicios ni dos días de juicio, sino sólo uno . Y si alguien pensara que se
            llama “juicio” al Juicio Final únicamente porque se juzgará a los vivos que queden en el mundo,
            hay  que  recordar  que  en  el  Credo  (tanto  en  el  Apostólico  como  en  el  Constantinopolitano)
            afirmamos que desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Se juzga a los vivos, sí,
            pero también a los muertos. Si los muertos ya están juzgados, ¿qué queda por juzgar en ellos? Si ya
            han sido juzgados en el juicio particular, ¿se juzga lo ya juzgado?
                    El problema de los teólogos ha sido siempre cómo conjugar la realidad del juicio particular
            con  la  del  juicio  final.  De  hecho,  constatamos  un  gran  vacío  en  cuanto  al  objeto  y  carácter
            específico del Juicio Final en los tratados de escatología. Y así un especialista como Dewick llegó a


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                    Martien  E.  Brinkman,  The  tragedy  of  human  freedom:  the  failure  and  promise  of  the  Christian  Concept  of
            Freedom in Western Culture, pg. 92.
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                   Hans Urs von Balthasar, Ensayos teológicos, tomo I, Ediciones Encuentro, Madrid 2001, 2ª edición, pg. 284.
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