Page 145 - Vive Peligrosamente
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Los primeros días los pasamos en relativa calma. Es cierto que los rusos
nos atacaron varias veces, pero los rechazamos con facilidad. El Cuartel
General recibió un mensaje radiado, captado al enemigo, que decía:
"El mariscal Timoschenko acaba de recibir la orden de hacerse cargo del
mando de las tropas soviéticas destinadas en el sector de Jelna. Se le confía
la misión de luchar contra las tropas de las SS de la División "Das Reich" y
contra el Regimiento "Grossdeutschland", hasta aniquilar totalmente a esos
"hijos de perra".
No tardando muchos días pudimos damos cuenta del significado de
aquella orden.
La artillería enemiga empezó a ensañarse con nuestras posiciones con
una persistencia nunca vista hasta entonces. Supuse que los rusos disponían
de gran número de baterías, ya que en caso contrario no habrían podido
disparar de una manera tan persistente. Nos dimos prisa en hacer más
profundas nuestras trincheras para poder cubrirnos mejor, y pusimos en
seguridad todos los vehículos detrás de un elevado desnivel de terreno que
estaba muy cerca de nuestras posiciones. Construimos nuestros "bunkers" a
dos metros de profundidad y cubrimos las entradas de los mismos con
ramas y troncos de árboles, con objeto de que quedaran bien camuflados.
Acondicioné mi "agujero" lo mejor que pude y revestí sus muros de barro
con varias planchas de aluminio que hallé en un taller abandonado de Jelna.
Incluso hice un hueco en una de las paredes para poder guardar mis libros
predilectos y mis paquetes de tabaco.
Recubrí el piso con un montón de heno fresco que corté yo mismo y que
puse a secar previamente, facilitándome, así, mullido lecho para tender
sobre él mi saco de dormir. Reconozco que mi "casa " resultaba bastante
confortable, aunque las granadas enemigas, cuando estallaban en las
inmediaciones, hacían temblar sus improvisados muros. Mejoré mi obra
colocando en el techo un faro de mi coche, con lo que disponía de
suficiente luz para leer o trabajar. Tal cosa me permitía tener el lujo de leer
un poco antes de dormirme; así continuaba una vieja costumbre, aunque
dentro de una improvisada caverna. Me sentí sorprendido cuando aprecié
que mi "madriguera " podía considerarla como un lugar sumamente
adecuado para la lectura de un libro de Hermann Löns. Cuando estaba en
ella, tenía la sensación de estar fuera del mundo, completamente aislado,
solo conmigo mismo y con mis pensamientos; como si la guerra no
existiese.