Page 149 - Vive Peligrosamente
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centenares de jóvenes, llenos de fuerza y vida, pasaban por infinitos
tormentos a causa de la falta de asistencia.
El cementerio de nuestra División estaba en un lugar próximo al puesto
sanitario. ¡Impresionaba ver que el número de tumbas aumentaba de día en
día! Fue necesario ampliar el espacio a él destinado, porque las bajas
aumentaban constantemente. Poníamos todo nuestro cuidado en que
nuestro Camposanto ofreciera un aspecto aseado y ordenado; cada tumba
tenía su correspondiente cruz, hecha de madera de abeto, en la que se
inscribía el nombre y demás datos del que reposaba bajo ella; los ataúdes
eran dos sencillas tablas sobre las que reposaba el cuerpo del soldado
muerto en el campo de batalla; hasta se prescindía de las salvas de
ordenanza en el momento del entierro. Las tumbas se alineaban siguiendo
un orden estrictamente militar, como si la muerte hiciera tabla rasa de
grados y distinciones.
Cuando pasaba ante un cementerio, aprovechaba la ocasión para
visitarlo y leer los nombres de los que en él reposaban eternamente. En
muchas ocasiones mis ojos se posaron sobre el de un camarada con el que
había compartido horas agradables. El cementerio se llenaba más y más
cada vez. Hubo días en que la muerte pareció reinar sobre los campos de
batalla como dueña y señora. Cada cruz tenía en su brazo horizontal el
nombre y la fecha del soldado que allí yacía, así como una escueta
información sobre el combate en que había caído. No transcurrieron
muchos días hasta que pude contar más de mil tumbas. Y pensé,
entristecido, que allí estaban enterrados hombres que habían formado la
"élite" de nuestra División, y que nos veíamos obligados a avanzar
dejándoles atrás.
Desgraciadamente, nuestros difuntos compañeros no pudieron dormir
tranquilos el sueño eterno; Poco tiempo después, cuando tuvimos que
abandonar nuestra "cabeza de puente", los tanques rusos aplastaron todo lo
que se les ponía por delante, y el cementerio alemán quedó completamente
destruido, desapareciendo entre un montón de tierra rusa.
El puesto de mando de nuestra Sección estaba en la parte occidental de
la ciudad de Jelna, y había sido instalado en la cima de una pequeña colina
oculta en parte, por varios campos de trigo. Cada vez que nos acercábamos
al puesto de mando éramos localizados por los rusos. Nos veíamos
obligados a dar un pequeño rodeo o bien a recorrer a pie los últimos
kilómetros. Los cañones rusos estaban muy bien emplazados y sus
servidores le apresuraban a disparar siempre que observaban el más