Page 150 - Vive Peligrosamente
P. 150

pequeño movimiento. Incluso sucedió que consiguieron atravesar nuestras
          líneas aprovechando la oscuridad de la noche, logrando, así, instalar sus
          baterías, perfectamente camufladas, en la misma zona en que estaba nuestra
          "cabeza de puente". La más insignificante nube de polvo provocada por el
          rodar de una motocicleta bastaba para que el enemigo disparara una salva
          de disparos.
            La cima de la colina a la que me refiero estaba cruzada por una trinchera
          de unos cien metros de larga que comunicaba con las cinco chabolas en las
          que habíamos instalado nuestro Estado Mayor. Jochen Rumohr no veía con
          agrado que un soldado, incluso un oficial, se atreviera a llegar hasta él si no
          tenía una precisa misión que cumplir, ya que, como buen jefe que era, no le
          gustaba exponer inútilmente ninguna vida humana. Pero yo, personalmente,
          sostenía con él tan buenas relaciones que podía permitirme el lujo de ser
          una excepción. No ignoraba que, en el fondo, se alegraba mucho de que lo
          visitara, aunque estuviera obligado a ocultar sus sentimientos.
            Cuando teníamos que hacer frente a una racha de  mala suerte, nos
          veíamos precisados a quedarnos en la colina más tiempo del previsto; a ello
          nos obligaba la gran intensidad del  fuego enemigo. En tales ocasiones,
          aprovechábamos la más mínima oportunidad para volver a nuestras bases
          primitivas.
            Un día sucedió que los rusos intensificaron tanto su fuego que tuvimos
          que permanecer en los "bunkers" matando el tiempo, fumando  y
          maldiciendo. De tarde en tarde alguno de los nuestros se atrevía a asomar la
          cabeza; su movimiento provocaba un nuevo  lanzamiento de granadas.
          Rumohr, que se dirigía hacia su puesto de mando, no tuvo suerte; un
          pedazo de  metralla se le  incrustó en la  mejilla. Aunque nos sentíamos
          preocupados por él, respiramos tranquilos al saber que la herida era tan sólo
          superficial. Se le hizo una primera cura, se le puso un vendaje, y el tozudo
          Rumohr volvió a su puesto lanzando maldiciones contra sí mismo por no
          haber sido más cuidadoso.
            En cierta ocasión oímos el sonido del timbre del teléfono, sonando en la
          trinchera ocupada por el ayudante. El Regimiento le comunicaba que
          nuestro capitán había ascendido a comandante, noticia que nos alegró tanto
          o más que al propio Rumohr. Inmediatamente sacamos nuestras
          cantimploras y brindamos por su ascenso. Hasta los rusos parecieron
          participar de nuestra alegría porque  aquella noche nos dejaron en paz,
          relativamente. Por ello nos permitimos salir de nuestras "madrigueras" y
   145   146   147   148   149   150   151   152   153   154   155