Page 155 - Vive Peligrosamente
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alarma, viéndonos obligados a reforzar nuestras posiciones con fuertes
patrullas que no tenían un solo momento de descanso.
Aquellos ataques nocturnos nos demostraron el perfecto adiestramiento
de los soldados rusos, que se movían en la noche con la misma seguridad
que durante el día, atacaban con todos los medios a su disposición y
luchaban como leones. Cuando lo consideraban conveniente, se retiraban a
los bosques en los que pasaban la jornada del día. Por tal razón llegaron
éstos a convertirse en "tabú" para nosotros. Debo decir que aquella nueva
táctica de los rusos les dio muy buenos resultados y nos ocasionó
abundantes bajas. Sólo conseguimos contrarrestarla cuando llegamos a la
conclusión de que debíamos redoblar nuestra vigilancia nocturna, descubrir
las zonas de retaguardia nuestra en las que se reunían y atacarlos.
El puesto de mando de mi camarada Schefeule estaba situado a
trescientos metros de retaguardia y emplazado en un llano. Sólo podíamos
llegar a él adoptando toda clase de precauciones y arrastrándonos por el
suelo. Estábamos tan cerca del enemigo que podíamos ver perfectamente
sus trincheras sin ayuda del telémetro. Aún ahora no alcanzo a comprender
por que los rusos se obstinaban en romper el frente precisamente por aquel
sector nuestro, pero, fuesen cuales fueren sus intenciones, nos atacaron
infinidad de veces y siempre en masa.
El grueso de nuestra unidad estaba atrincherada en aquel valle. Nuestra
artillería diezmaba las tropas rusas. Mas, a pesar de las bajas que sufrían,
volvían a atacarnos con redoblado encono. Ello hizo que llegara un
momento en el que no supimos qué pensar y sentimos una extraña
sensación de desamparo. Los muertos se amontonaron, formando auténticas
pilas. No obstante, ellos se obstinaban en atacar por el mismo punto y,
como consecuencia, eran diezmados por nuestros disparos. No tardamos en
darnos cuenta de que los rusos se aprovechaban de las pilas de muertos para
poder llegar a nuestras posiciones sin ser vistos por nuestros escuchas.
Pasé muchas horas en el puesto de mando de mi amigo Scheufele
observando aquel punto del sector que se había convertido en objetivo de
suma importancia. A pesar de que nuestros disparos siempre daban en el
blanco, y, literalmente, barrían a la infantería rusa, no podíamos dejar de
sentimos sobrecogidos ante aquellos montones de muertos. Ni una sola vez
vimos que los rusos intentasen recoger sus heridos; por tanto, sólo se
salvaban los que lograban cubrirse o retirarse por sí mismos, sin la ayuda
de nadie; y esto, a pesar de estar gravemente heridos. Más tarde llegamos a
conocer la obstinación rusa, su indiferencia ante la muerte, su falta de