Page 159 - Vive Peligrosamente
P. 159
Muchos de nosotros entablamos una lucha "a muerte" con los piojos,
que formaban plaga y no respetaron ni uno solo de los hombres que
intervinieron en la campaña del Este. Como por entonces disponíamos de
suficiente agua, combatimos como pudimos a los desagradables animalitos.
Iniciábamos nuestras jornadas "cazando", en todo nuestro cuerpo, a los
piojos, pudiendo lograr "mortalidades" de veinte o treinta "piezas" cada
vez.
Cierto día, cuando por no encontrar por ningún lado a Iván, pregunté al
jefe de mi equipo de mecánicos, noté que se mostraba embarazado. Hasta
que consiguió dominar su turbación y me respondió:
–He accedido a los ruegos de Iván y le he concedido veinticuatro horas
de permiso para que vaya a su pueblo, que está a cuarenta y cinco
kilómetros de Smolensko. Me dijo que tenía la intención de visitar a su
familia y volver inmediatamente.
Monté en cólera y le dije:
–Lo más probable es que no regrese. Su gran estupidez nos ha hecho
perder al mejor de nuestros ayudantes.
Estaba firmemente convencido de que no volveríamos a ver a Iván.
Pero..., ¡me equivoqué! A la mañana siguiente, Iván regresó a nuestro
acantonamiento, feliz y satisfecho. Sus enrevesadas palabras nos dieron a
entender que su familia estaba bien y no había sufrido ningún percance.
Pero, a fuer de sincero, debo decir que creo que su vuelta se debió a los
platos de rancho que le servía nuestro cocinero de campaña, ya que tanto: él
como sus compañeros recibían las mismas raciones que los soldados
alemanes; hasta se les permitía tomar la comida que sobraba. ¡Es
asombrosa la resistencia del estómago del soldado ruso! Puede ser
comparado con un saco sin fondo que "se traga todo lo que le echan". No
exagero si digo que el estómago del soldado ruso podía digerir fácilmente
un "chusco" entero, por muy duro que fuese; también, hasta ocho raciones
diarias de rancho. Además, no precisaban de ningún descanso para hacer la
digestión, y se ponían a trabajar con el bocado en la boca.
El calor parecía no hacer mella en ellos. Los seis mecánicos se sentían a
gusto entre nosotros, sin excepción alguna. El general de nuestra División
me dijo, confidencialmente, que no pasaría mucho tiempo sin que fuésemos
trasladados. Su confidencia resultó ser cierta, pues no tardaron mucho
tiempo en ordenarnos que nos dirigiésemos unos cuatrocientos kilómetros
más al Sur, con objeto de reforzar el cerco de la zona occidental de Kiew,