Page 162 - Vive Peligrosamente
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En la cima de aquel promontorio  esperé la llegada  de cada vehículo;
          luego, personalmente, lo conducía hasta el valle aun dándome cuenta de
          que cada descenso era, más bien, un "deslizamiento" que un avance. Pero
          como nunca son vanas todas las experiencias, acabé por familiarizarme de
          tal forma con el terreno, que me convertí en un especialista. Como tuvimos
          que recuperar el tiempo perdido, durante el curso de la noche siguiente no
          dispusimos ni de un solo momento de descanso.
            Nuestras penalidades fueron recompensadas  con numerosas y casi
          infantiles nimiedades. A medida que pasaba el tiempo, aumentaba nuestra
          humildad; también mermaron nuestras exigencias. Recuerdo que cuando
          llegamos a territorio ucraniano y vimos las casas del campo circundadas de
          huertas y árboles frutales, nos sentimos embargados por una gran alegría.
            Sabíamos que los frutos no estaban, todavía, lo suficientemente maduros
          para ser comidos; nos contentamos con verlos simplemente. Atrajo nuestra
          atención el aspecto de las campesinas de aquellos parajes y contemplamos
          una estampa de frescura, de limpieza y de colorido. Acostumbrados como
          estábamos a la mugre de las trincheras, a la tristeza de los páramos y a la
          suciedad de  los lodazales, aquella visión de unas sencillas  campesinas
          ataviadas con delantales multicolores, y de las jovencitas que sujetaban su
          pelo con lazos azules o rojos, nos hizo recobrar nuestros perdidos anhelos
          de vida, de juventud y de alegría.
            También nos sentimos agradablemente sorprendidos al comprobar que
          ante las casas de los campesinos  había un pequeño jardín adornado con
          plantas bien  cuidadas. Ambos detalles, las  muchachas y las flores, nos
          hicieron olvidar  muchas  de nuestras  penalidades, y facilitaron que nos
          sintiéramos menos extraños en aquel lejano y desconocido país que, hasta
          aquellos momentos, había sido la estampa de lo inhospitalario. Todo nos
          daba a comprender que estábamos en una zona privilegiada de la  Unión
          Soviética.
            Nos dimos  cuenta de que la  mayoría  de la población civil se había
          quedado en sus pueblos; todo lo contrario de lo sucedido en los territorios
          por los que habíamos pasado hasta entonces, que encontramos
          completamente vacíos, carentes de vida y de habitantes, por haber sido
          éstos evacuados antes de nuestra llegada.
            A pesar de que los  médicos de las unidades de nuestra División nos
          siguiesen en todo momento prohibiendo beber de las fuentes que
          encontrábamos a nuestro paso, la visión de los cristalinos chorros de los
          manantiales  de Ucrania  nos dio una agradable  sensación de  frescor y
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