Page 161 - Vive Peligrosamente
P. 161
más dura, es decir, sobre madera. Nuestro trabajo fue lento, difícil, casi
sobrehumano; tuvimos que vencer gran cantidad de dificultades que se
acumulaban las unas a las otras. De pronto, cuando menos lo esperábamos,
un hombre de nuestra patrulla de vigilancia hizo un disparo, tal vez debido
a su nerviosismo. Pero ello provocó que todo el mundo empezase a
disparar. Pasaron algunos minutos antes de que los ánimos volvieran a
tranquilizarse. Los soldados se desahogaron maldiciendo y profiriendo
palabrotas.
Al fin pudimos sacar el camión de la ciénaga en que se había hundido y
terminamos nuestro trabajo con ayuda de un pesado tronco de árbol, lo
bastante resistente para soportar la pesada carga del camión. Trabajamos
hasta que salió el sol. Y conseguimos salir airosos de tan dura empresa.
Apenas pusimos atención en los mosquitos que nos torturaron durante la
noche; nos sentimos satisfechos de haber salvado tan difícil escollo y de
poder continuar hacia adelante.
Nos reunimos con el resto de la columna diez kilómetros más adelante.
Pero nos vimos obligados a hacer un nuevo alto. Nos encaramos con un
montón de fango y barro de unos cincuenta metros de altura que nos
obstruía el camino. Nuestros pesados camiones no pudieron salvarlo, pues
el resbaladizo terreno les hacía deslizarse hacia atrás. No pasó mucho
tiempo sin que se formara un tremendo embotellamiento de cientos de
vehículos agrupados que formaban una infranqueable barrera. Hice todo lo
posible por salvar el obstáculo, pero mis intentos resultaron vanos.
No obstante pude llegar con mi propio coche hasta la cima de aquel
promontorio, donde me encontré con nuestro comandante. Me dijo que en
el caso de que los vehículos llegasen al valle, tendrían que pasar por encima
de un pequeño puente tendido sobre un arroyo. Observé que también era
resbaladizo el terreno anterior al puente, lo que hacía suponer que muchos
de nuestros camiones se quedarían estancados a mitad de camino. Mi
suposición resultó acertada, ya que varios de ellos acabaron dentro del
arroyo y otros muchos enterrados en el barro, impidiendo la marcha; de los
que les seguían.
Tuve que emplear dos pesadas máquinas que pedí prestadas para poder
remolcar los vehículos que no habían podido franquear el promontorio de
barro con objeto de emplearlas en sacar del arroyo a los que habían caído
en él y a los que quedaron estancados en el lodazal. Mas a pesar de aquella
gran ayuda, tuve que emplear la fuerza humana de veinte y treinta hombres
para que contribuyesen a facilitarme tan ímproba tarea.