Page 160 - Vive Peligrosamente
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así como para cerrar la retirada de una gran parte del Ejército ruso que
          luchaba en aquel sector.
            El dios del tiempo, en aquella ocasión, nos volvió la espalda. Una
          cerrada y copiosa lluvia convirtió todos los caminos por los que debíamos
          avanzar en unos lodazales intransitables.
            Nunca podré olvidar las cercanías de Gorednja. La  carretera, por
          llamarla de alguna manera, pasaba por el centro de un bosque cuyo suelo
          era tan  resbaladizo y cenagoso que apenas podíamos transitar por él sin
          quedarnos, literalmente, enterrados. Las veces en que nos vimos forzados a
          levantar alguno de nuestros vehículos a viva fuerza se centuplicaron. Esto
          motivaba frecuentes altos y, por tanto, un considerable retraso en el avance
          de nuestra columna.
            Aquello no era todo. Frecuentemente éramos "obsequiados" con salvas
          de disparos que procedían de las espesuras del  bosque a las que no
          podíamos responder adecuadamente. Cuando sucedía una cosa así, nos
          sentíamos impotentes, indefensos, perdidos; el  solo pensamiento de
          penetrar en las malezas podía ser considerado una locura.
            En cierta ocasión el enemigo nos atacó por la noche lanzándonos una
          andanada de granadas que estallaron muy cerca de nosotros. Fue en tal
          momento, precisamente,  cuando, por  causas que  no supe entonces, se
          volvió a hacer alto; no tuve más remedio que apearme y averiguar qué
          sucedía. Avancé y llegué hasta el lugar donde se había producido el
          incidente. Vi que acababa de hundirse un endeble puente de madera por no
          poder soportar el peso de uno de nuestros camiones que iba cargado con
          municiones.  Comprendí lo precario de la situación,  ya que estábamos a
          punto de perder el vehículo con toda su carga.
            Creo que el que no se haya encontrado en parecida situación, no podrá
          apreciar las numerosas dificultades que tuve que vencer. A lo primero no
          supe qué hacer ni por dónde empezar. El barro me llegaba hasta la cintura.
          Mantuve una conversación con uno de los jefes de nuestra brigada de
          zapadores; seguidamente examiné el puente y comprobé los desperfectos
          sufridos en el mismo. Me sentí aterrado al darme cuenta de que tenía que
          hacer frente a una tarea gigantesca.
            Ordenamos que una patrulla de zapadores se adentrara en el bosque y
          talase unos cuantos árboles. Cuando dispusimos de unos cuantos troncos,
          improvisamos con ellos varias palancas para ayudamos con ellas a sacar el
          camión del barro en que se había hundido. La tarea nos llevó un par de
          horas, hasta que conseguimos que las ruedas girasen sobre una superficie
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