Page 147 - Vive Peligrosamente
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alucinante la visión de un simple soldado rompiendo una botella contra el
          blindaje de un inmenso tanque ruso!
            El arma era primitiva, pero eficaz, puesto que siempre se conseguía el
          objetivo propuesto, a pesar de que, a veces, nos costara varias horas de
          ímprobos esfuerzos. También combatíamos contra los tanques con bombas
          de  mano y con todo aquello que  nos parecía ofensivo. Recuerdo
          perfectamente que cuando lográbamos introducir una bomba de mano en la
          boca del cañón del tanque o bien en su torreta, nuestros esfuerzos se veían
          coronados por el éxito.
            Aquel día fue nefasto para la sexta batería de nuestra Sección. Una
          docena de tanques "T–34" consiguieron abrirse  camino hasta ella, y
          nuestros artilleros pasaron por una situación auténticamente comprometida
          y peligrosa. Nuestro coronel se dio cuenta, en el acto, de lo crítico de la
          situación; planeó todo lo planeable, hasta se acercó en su coche blindado a
          los tanques enemigos, regresó al emplazamiento del grueso de nuestras
          baterías y dio órdenes para que nuestras fuerzas actuaran para ponerse a la
          altura de las circunstancias, a pesar de que el combate era muy desigual. No
          tardamos mucho en agotar las granadas destinadas a los tanques, y debimos
          continuar disparando con proyectiles normales. Logramos destruir a todos
          los colosos blindados soviéticos, pero nuestras pérdidas fueron cuantiosas.
            Después de media hora de combate pudimos comprobar que la suerte
          estaba de nuestra parte, al conseguir hacer blanco en el último tanque ruso,
          que nos atacaba a una distancia de unos treinta  metros. Los tres que
          quedaban ilesos dieron la vuelta y se apresuraron a ponerse fuera de nuestro
          campo de tiro.
            Los jefes de nuestro Regimiento estaban en una gran trinchera. Los
          muros de la misma, que tenían una altura de seis a siete metros, eran una
          buena protección contra los disparos de la artillería enemiga. Cada vez que
          tenía que ir a verles a dicha trinchera, me pasaba varias horas con ellos,
          hasta el punto de que llegó un día en que me ordenaron que jugara una
          partida de naipes. Dichas partidas diarias eran cortadas, frecuentemente,
          por llamadas telefónicas de importancia, ya que el coronel Hansen debía
          dar con frecuencia determinadas órdenes, pero el juego no se interrumpía.
            Recuerdo perfectamente el día en que, en medio de una conferencia, sin
          que existiese un motivo, se interrumpió  y nos rogó que saliésemos del
          refugio. No habíamos hecho más que salir al exterior, cuando una granada
          reventó en el pequeño recinto, destrozando la mesa y las sillas en las que
          habíamos estado sentados poco antes. A partir de aquel instante sentimos
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