Page 112 - El Misterio de Belicena Villca
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normando de Italia, Bohemundo  de Tarento; y Tancredo. ¡A este ejército se le
                 podía solicitar, de entrada, la conquista de Jerusalén!
                        Tras múltiples dificultades propias de la guerra contra un enemigo valeroso
                 y religiosamente fanatizado, agravadas por las traiciones de los bizantinos, los
                 Cruzados consiguen conquistar Jerusalén en 1099, tres años después de la
                 partida de Europa. Se funda allí un Reino cristiano del que Godofredo de Bouillón
                 es el primer Rey.
                        Tras esa victoria, los Golen sólo emplearán treinta años en ubicar las
                 Tablas de la Ley y transportarlas a Europa: a partir de entonces comenzará la
                 revolución del gáulico o gótico. Aquella fase del plan se desarrolló con varios
                 movimientos paralelos. Por un lado, había que preparar un lugar adecuado para
                 recibir las Tablas de la Ley, descifrar su mensaje, y encontrar el modo de aplicar
                 el Conocimiento de la Serpiente a la Construcción de Templos. Por otra parte, se
                 debía despachar cuanto antes hacia Jerusalén el equipo de Iniciados Golen que
                 se encargaría de localizar el Secreto. Y también, habría  que dar marcha de
                 inmediato a la formación de la Orden militar que sostendría a la Sinarquía
                 financiera que prontamente se tendría que crear. Si tales movimientos
                 culminaban en los objetivos propuestos por la Fraternidad Blanca, entonces no
                 tardaría en sobrevenir el Gobierno Mundial del Pueblo Elegido y se cumpliría la
                 Voluntad del Dios Creador Uno.
                        El monje benedictino Roberto recibió en 1098 la orden de retirarse a las
                 inmediaciones de Citeaux: en el año 1100, apenas conocida la noticia de la toma
                 de Jerusalén, el Papa Pascual II lo pone al frente de la Abadía del Cister y le
                 encomienda la reforma de la regla  cluniacense. Sobre la base de la  Regula
                 Monachorum de San Benito, él y su sucesor Alberico, introducen cambios
                 substanciales con respecto a Cluny: los  monjes vuelven al  trabajo manual, se
                 insiste con más rigor en el ascetismo y la soledad, es decir, en el secreto, y se
                 cambia la indumentaria:  en adelante los cistercienses no emplearán el hábito
                 negro clásico de los cluniacenses y benedictinos, sino uno blanco, semejante a la
                 antigua túnica de los Golen de las Galias romanas, y a la de los sacerdotes
                 levitas que custodiaban en Israel el Arca con las Tablas de la Ley. En el 1112 la
                 comunidad está lista para recibir al grupo de Iniciados que le dará su definitiva
                 conformación: son treinta y uno, entre ellos San Bernardo con cinco de su familia,
                 todos Golen. Luego de tres años de estudiar los detalles finos, San Bernardo se
                 aboca a fundar en Claraval, región de la Champaña, feudo del Conde Hugo,
                 también de familia Golen, un monasterio adecuado para conservar el Secreto que
                 llegaría de Oriente. Una vez terminado, con el pretexto de efectuar traducciones
                 de textos hebreos, se convoca a los principales Rabinos cabalistas de Europa
                 para colaborar en la tarea de descifrar las Tablas de la Ley. ¡Extraña comunidad
                 la de Cister y Claraval, integrada por Golen y judíos, mientras Europa entera se
                 proclama “cristiana” frente a los pueblos “infieles” de Oriente!
                        A la muerte de San Bernardo existían trescientos cincuenta monasterios
                 cistercienses, y al final del siglo XIII, llegaban a setecientos en Europa. De este
                 modo se llevó adelante el primer movimiento.

                        En cuanto a Cluny, no hay que creer  que la fundación del Cister y la
                 expansión de la Orden del Temple le iban a restar algún poder. Prueba de ello es
                 el enorme volumen de sus instalaciones alcanzado en el siglo XIII; como ejemplo,
                 valga recordar que en 1245, con motivo del Concilio General de Lyon reunido por

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