Page 115 - El Misterio de Belicena Villca
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detalles del plan Golen que ya he descripto, los Inmortales plantearon, en nombre
de la Fraternidad Blanca, dos cuestiones que debían ser resueltas cuanto antes;
se trataba de dos Sentencias de Exterminio: una, contra la Casa de Tharsis, aún
estaba pendiente desde antiguo; la otra, contra los Cátaros y Albigenses del
Languedoc aragonés, era reciente y tenía que ejecutarse sin demora.
Sobre la Casa de Tharsis, los Inmortales admitieron que se trataba de un
Caso difícil pues no se podía concretar el exterminio sin haber hallado antes la
Piedra de Venus, que aquéllos tenían oculta en una Caverna Secreta. Con el Fin
de conseguir la confesión de la Clave para encontrar la entrada secreta, Bera y
Birsa decidieron atacar esta vez a los miembros de la familia que habitaban la
cercana ciudad de Zaragosa; se trataba de tres personas: el Obispo de Zaragosa,
Lupo de Tharsis; su hermana viuda, ya madura, que vivía junto a él en el
Obispado y se encargaba de los asuntos domésticos, Lamia de Tharsis; y el hijo
de ésta, un joven novicio de quince años llamado Rabaz. Los tres fueron
secuestrados y conducidos a Monzón, donde se los encerró en una mazmorra
mientras se preparaban los instrumentos de tortura. Comenzaron por el anciano
Lupo, al que atormentaron salvajemente sin conseguir que soltase una palabra
sobre la Caverna Secreta; finalmente, y aunque tenía la mayoría de los huesos
quebrados, Lupo de Tharsis expiró como el Señor que era: riendo con sorna
frente a la impotencia de sus asesinos. Con la mujer y su hijo, los Golen
emplearon otra táctica: considerando que estos ya estarían bastante
atemorizados por los gritos del Obispo, prepararon un escenario conveniente
para extorsionar al joven Rabaz con la amenaza de someter a su madre al mismo
tormento degradante que había cortado la vida de Lupo de Tharsis.
Extendieron, pues, a Lamia sobre la mesa de tortura y comenzaron a
estirar sus miembros, arrancándole aterradores gritos de dolor. En ese momento
hicieron entrar a Rabaz, quien venía con las manos atadas a la espalda y
escoltado por dos Golen cistercienses, el cual quedó helado de espanto al
escuchar los lamentos de Lamia y descubrirla atada a la mesa mortal: y al verlo
paralizado de horror, una sonrisa triunfal se dibujó en el rostro de los Golen, que
ya contaban por anticipado con la confesión. Pero con lo que no contaban,
tampoco entonces, era con la locura mística de los Señores de Tharsis. ¡Oh la
locura de los Señores de Tharsis, que los había tornado impredecibles durante
cientos de años de persecuciones, y que se manifestaba como el Valor Absoluto
de la Sangre Pura, un Valor tan elevado que resultaba inconcebible cualquier
debilidad frente al Enemigo! Sin que pudiesen impedirlo, el joven Rabaz,
impulsado por una locura mística, dio dos saltos y se situó junto a su madre, que
lo observaba con la mirada brillante; y entonces, de una sola dentellada, le
destrozó la vena yugular izquierda, causándole una rápida muerte por
desangración. Ahora los Golen no reían cuando arrastraban enfurecidos a Rabaz;
y sin embargo alguien rió: antes de morir, con el último aliento que se quebraba
en un espasmo de agónica gracia, Lamia alcanzó a emitir una irónica carcajada,
cuyos ecos permanecieron varios segundos reverberando en los meandros de
aquella lóbrega prisión. Y Rabaz, que acababa de asesinarla y tenía el rostro
cubierto de sangre, sonreía aliviado al comprobar que Lamia ya no existía.
No; los Golen ya no reían: más bien estaban pálidos de odio. Era evidente
que la Voluntad de Rabaz no podía ser doblegada por ningún medio, pero no por
eso dejarían de torturarlo hasta causarle la muerte: lo harían aunque más no
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