Page 118 - El Misterio de Belicena Villca
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ciertos Iniciados Hiperbóreos que el mismo Federico II hizo venir hasta su Corte
de Palermo desde lejanos países del Asia y cuya historia no me podré detener a
relatar en esta carta. Lo importante fue que el Emperador comenzó a rechazar la
idea Golen, que estaba siendo ampliamente publicitada por la red benedictina, de
que el mundo debía ser regido por un Mesías Teocrático, un Sacerdote puesto
por el Dios Creador sobre los Reyes de la Tierra. Contrariamente, afirmaba
Federico II, el mundo esperaba un Mesías Imperial, un Rey de la Sangre Pura que
impusiese su Poder por el unánime reconocimiento de los Señores de la Tierra,
un Rey que sería el Primero del Espíritu y que fundaría una Aristocracia de la
Sangre Pura en la que sólo tendrían cabida los más valientes, los más nobles, los
más duros, los que no se doblegaban frente al Culto a las Potencias de la
Materia. Federico II, naturalmente, se sentía llamado para ocupar ese lugar.
La doctrina que Federico II expresaba con tanta claridad era la síntesis de
una idea que se venía desarrollando entre los miembros de su Estirpe desde el
Emperador Enrique I, el Pajarero. En principio, tal idea consistía en la intuición de
que el poder real se legitimaba sólo por una Aristocracia del Espíritu, la cual
estaba ligada a la sangre, a la herencia de la sangre. Luego fue evidente, y así
comenzó a afirmarse, que si el Rey era legítimo, su poder no podía ser afectado
por fuerzas de otro orden que no fuesen espirituales: la soberanía era espiritual y
por lo tanto Divina; sólo a Dios correspondía intervenir con justicia por sobre la
voluntad del Rey. Este concepto se oponía esencialmente al sustentado por los
Golen, en el sentido de que el Papa representaba a Dios sobre la Tierra y, por lo
tanto, a él correspondía sujetar la voluntad de los Reyes. Ya el Papa Gelasio I,
492-496, había declarado que existían dos poderes independientes: la Iglesia
espiritual y el Estado temporal; contra la peligrosa idea que se desarrollaba en la
Estirpe de los Otones y Salios, San Bernardo formaliza la tesis gelasiana en la
“Teoría de las dos Espadas”. Según San Bernardo, el poder espiritual y el poder
temporal, son análogos a dos Espadas; mas, como el poder espiritual procede de
Dios, la Espada temporal debe someterse a la Espada espiritual; ergo: el
representante de Dios en la Tierra, el Papa, al empuñar la Espada espiritual,
debe imponer su voluntad a los Reyes, meros representantes del Estado
temporal y sólo portadores de la Espada temporal.
Pese al empeño puesto por la Iglesia en imponer el engaño, la idea va
madurando y comienzan a producirse choques entre los Reyes más espirituales y
los representantes de las Potencias de la Materia. La “Querella de las
Investiduras”, protagonizada por el Emperador Enrique IV, antepasado de
Federico II, y el Papa Golen Gregorio VII, señala la fase culminante de la reacción
satánica: en el año 1077, el Emperador Enrique IV es obligado a humillarse frente
al Papa, en Canossa, para obtener el levantamiento de su previa excomunión. De
no acceder a esa súplica, Enrique IV hubiese sido despojado de su investidura
imperial, y aún de la soberanía sobre sus Señoríos hereditarios, por la simple
voluntad “espiritual” del Papa. Naturalmente, una idea que brota de la sangre, y
se torna más clara y más fuerte tras cada generación, no puede ser reprimida con
penitencias y humillaciones. Será Federico I Barbarroja, el abuelo de Federico II,
quien se opondrá con más vigor a la tiranía papal y demostrará que la existencia
de la Aristocracia del Espíritu era más que una idea. Para entonces, la idea ya ha
tomado cuerpo y cuenta con partidarios dispuestos a defenderla con su vida: son
los llamados gibelinos, nombre derivado del Castillo de Waiblingen donde
naciera Federico I. La reacción de la Iglesia contra Federico I polariza a la familia
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