Page 114 - El Misterio de Belicena Villca
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monasterios de la Orden, que vienen conscientes de la importancia del evento y
                 desean observar de cerca a los terribles Inmortales Bera y Birsa que también
                 estarán presentes. En el Concilio de Troyes se aprueba la formación de la Orden
                 del Temple y se encomienda a San Bernardo la redacción de su Regla. Será ésta
                 una Regla monástica, básicamente cisterciense pero completada con normas y
                 disposiciones que regulan la  vida militar: al frente de la Orden estará un Gran
                 Maestre, que dependerá sólo del Papa; la misión de la Orden consistirá en formar
                 un ejército de Caballeros para luchar en Oriente y en España contra los
                 sarracenos; en Occidente, la Orden poseerá propiedades aptas para practicar la
                 vida monástica y ofrecer instrucción militar; la Orden del Temple estará
                 autorizada para recibir toda clase de donaciones, pero los Caballeros deberán
                 observar el voto de pobreza, etc.
                        Durante el resto del siglo XII, la Orden crece en todo sentido y se constituye
                 en el siglo XIII, en un verdadero poder económico y militar sujeto sólo, y hasta
                 cierto punto, a la autoridad de la Iglesia. Puesto que el objetivo oculto de las
                 cruzadas era conseguir el Arca de la Alianza de Jehová Satanás con el Pueblo
                 Elegido, y tal objetivo ya se había logrado, es evidente que el mantenimiento de
                 la Guerra Santa no tenía otro fin más que fortalecer a la Orden del Temple y a la
                 Iglesia: las siguientes Cruzadas, en efecto, permitían a los Papas demostrar su
                 poder sobre los Reyes y Nobles, y al Orden del Temple acrecentar sus riquezas.
                 Así, el papado alcanzaba su más alto grado de prestigio y podía convocar a los
                 Reyes de Francia, Inglaterra o Alemania, para “cruzarse” por Cristo, Nuestro
                 Señor, y, con suerte, hasta lograba eliminar algún potencial enemigo de sus
                 planes de hegemonía  europea, por ejemplo como  el Emperador Federico
                 Barbarroja, que jamás regresó de la Tercera Cruzada. Y, mientras continuaba la
                 guerra y el ejército de Oriente se perfeccionaba profesionalmente y se tornaba
                 indispensable en todas las operaciones, la Orden iba construyendo una
                 formidable infraestructura económica y financiera: se decía que aquel poder
                 servía para sostener la Cruzada de los Caballeros Templarios, pero, en realidad,
                 se estaba asistiendo a la fundación de la Sinarquía financiera. La Orden pronto
                 desarrolló, sobre la base de sus incontables propiedades en Francia, España,
                 Italia, Flandes, etc., una red bancaria que operaba con el novísimo sistema de las
                 “letras de cambio”, inventado por los banqueros judíos de Venecia, y tenía su
                 sede central en la Casa del Temple de  París, verdadero Banco, provisto de
                 Tesoro y Cámara de Seguridad. Naturalmente, practicaban el préstamo a interés
                 a Nobles y Reyes, cuyos “pagarés”, y otros documentos avanzadísimos para la
                 Epoca, se guardaban en las cajas fuertes de la Orden. Entre otras
                 responsabilidades, se les había confiado  la administración de los fondos de la
                 Iglesia y la recaudación de impuestos para la corona de Francia.

                        Los Templarios ocuparon en España varias plazas, entre las cuales se
                 contaba la Fortaleza de Monzón, la que luego de la  muerte de Alfonso I, el
                 Batallador, les fue otorgada en propiedad: desde allí, “luchaban contra el infiel”,
                 según la Regla de la Orden. Aquella fortaleza se encontraba en Huesca, a orillas
                 del río Cinca, entonces Reino de Aragón: y hacia allí se dirigieron Bera y Birsa,
                 luego del Concilio de Troyes, acompañados por un importante séquito de monjes
                 cistercienses. Los Inmortales, iban a realizar un “Concilio Secreto Golen” en el
                 que dejarían establecidas las directivas para los próximos cien años, fecha en la
                 que regresarían a pedir cuentas sobre lo hecho. En ese Concilio, aparte de los

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