Page 137 - El Misterio de Belicena Villca
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experiencia recogida y la formidable tarea que se proponía llevar a cabo, esto es,
luchar contra la estrategia de los Golen: colaboraban con Santo Domingo en tales
proyectos un grupo de dieciséis Iniciados, procedentes de distintos lugares del
Languedoc que se reunía periódicamente en Tolosa, entre los cuales se contaba
el Obispo Fulco. Como fruto de aquellas especulaciones se decidió que lo más
conveniente era crear un “Círculo Hiperbóreo” encubierto por una Orden católica:
el “Círculo” sería una Sociedad super-Secreta dirigida por los Señores de Tharsis,
que funcionaría dentro de la nueva Orden monástica. Sólo así, concluían, se
conciliaría el objetivo buscado con el principio de la seguridad.
Aquel grupo secreto, integrado en un comienzo sólo por los dieciséis
Iniciados que he mencionado, se denominó Circulus Domini Canis, es decir,
Círculo de los Señores del Perro. Tal nombre se explica recordando el sueño
premonitorio de la madre de Domingo de Guzmán, en el cual su futuro hijo
aparecía como un perro que portaba un hacha flamígera, y considerando que
para los Iniciados en el Fuego Frío el “Perro” era una representación del Alma y
el “Señor”, por excelencia, era el Espíritu: en todo Iniciado Hiperbóreo el Espíritu
debía dominar al Alma y asumir la función de “Señor del Perro”; de allí la
denominación adoptada para el Círculo de Iniciados, que además tenía la ventaja
de confundirse con el nombre de dominicani, es decir, domínicos, que el pueblo
daba a lo monjes de Domingo de Guzmán. Cabe agregar que ser “Señor del
Perro” en la Mística del Fuego Frío es análogo a ser Señor del Caballo, o sea
“Caballero”, en la Mística de la Caballería, donde el Alma se simboliza por “el
Caballo”.
Uno de los Iniciados, Pedro Cellari, había donado varias casas en Tolosa:
unas fueron destinadas a lugares secretos de reunión del Círculo y otras se
adoptaron para el uso de la futura Orden. Cuando todo estuvo listo, se procuró
obtener la autorización de Inocencio III para la fundación de una Orden de
predicadores mendicantes, semejante a la formada por San Francisco de Asís en
1210: a esta Orden Inocencio III la había aprobado de inmediato, pero la nueva
solicitud provenía ahora de Tolosa, un país en Guerra Santa en el que todo el
mundo era sospechoso de herejía; y se debía proceder con cautela; el plan era
ambicioso pero sólo la personalidad incuestionable de Santo Domingo allanaría
todas las dificultades, tal como lo había hecho el propio San Francisco; no hay
que olvidar que los Golen controlaban todo el monacato occidental desde la
Orden benedictina y eran hostiles a la creación de nuevas Ordenes
independientes. La oportunidad se presentó recién en 1215, cuando el Obispo
Fulco fue convocado al IV Concilio General de Letrán y llevó consigo a Santo
Domingo.
Allí tropezaron con la negativa cerrada de Inocencio III quien, como es
sabido, sólo cedió luego de soñar que la Basílica de Letrán, amenazando
derrumbarse, era sostenida por los hombros de Domingo de Guzmán. Empero,
su autorización fue meramente verbal, aunque perfectamente legal, y se limitó a
aceptar la Regla de San Agustín reformada propuesta por Domingo y a
recomendar la misión de luchar contra la herejía. Luego de la muerte de
Inocencio III, en 1216, Honorio III da la aprobación definitiva de la “Orden de
Predicadores” u Ordo Praedicatorum y permite su expansión, ya que por
entonces sólo poseía los monasterios de Prouille y Tolosa. De entrada ingresan
en la Orden todos los clérigos de la Casa de Tharsis que, como dije, eran en su
gran mayoría, profesores universitarios, arrastrando consigo a muchos otros
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