Page 138 - El Misterio de Belicena Villca
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sabios y eruditos de la Epoca. En poco tiempo, pues, la Orden se transformó en
                 una organización apta para la enseñanza de alto nivel, no obstante que el primer
                 Capítulo general reunido en Bolonia, en 1220, declaró que se trataba de una
                 “Orden mendicante”, con menor rigor en  la pobreza que la de San Francisco.
                 Santo Domingo falleció en 1221, dejando el control de la Orden en manos de un
                 Iniciado de Sangre Pura, el Maestre General Beato Jordan de Sajonia.
                        Ahora bien: en aquel momento los Golen estaban pugnando por conseguir
                 la institucionalización de una inquisición sistemática de la herejía que les
                 permitiese interrogar a cualquier sospechoso y obtener la información
                 conducente al sitio del Gral; si tal institución era confiada a los benedictinos,
                 como se pretendía, el fin de la Estrategia cátara sería más rápido de lo previsto,
                 no dando tiempo a que Federico II realizase sus planes de arruinar al papado
                 Golen. De allí la insistencia y la elocuencia desplegada por los domínicos para
                 presentarse como la Orden más apta para desempeñar aquella siniestra función;
                 pero los domínicos tenían  algunas ventajas reales sobre los benedictinos:
                 constituían no sólo una  Orden local, autóctona  del Languedoc donde los
                 benedictinos habían perdido influencia hacía tiempo, sino que también disponían
                 de monjes con gran instrucción teológica, adecuados para analizar las
                 declaraciones que la inquisición de la fe requería. Los domínicos disponían de
                 indudable capacidad de movilización en el Languedoc y cuando los Golen se
                 convencieron de que la nueva Orden se advendría a su control y permitiría el
                 ingreso de sus propios inquisidores, aprobaron también la concesión. En 1224 el
                 Emperador Federico II, que no obstante estar ya enfrentado con el papado, tenía
                 en claro la situación del Languedoc y la necesidad  de apoyar a la Orden de
                 Predicadores, renueva mediante una ley imperial la antigua legislación romana
                 que consideraba a los Cultos  no oficiales “crimen de  lesa majestad”, es decir,
                 pasibles de la pena de muerte: en este caso la ley se aplicaría a la represión de
                 la herejía. En 1231, a pesar de que ya estaban funcionando de hecho, el Papa
                 Gregorio IX instituye los “tribunales especiales de la Inquisición” y confía su oficio
                 a las Ordenes de Santo Domingo y San Francisco, esta última a instancia de Fray
                 Elías, un agente secreto de Federico II en la Orden franciscana, que sería ministro
                 general de 1232 a 1239, y que al final, descubierto por los Golen, se pasaría
                 abiertamente al bando gibelino. Empero, al poco tiempo sólo quedarían los
                 domínicos a cargo de la Inquisición.
                        Tienen que quedar en  claro dos hechos al evaluar el paso dado por la
                 Orden de Santo Domingo al aceptar la responsabilidad de la Inquisición. Uno es
                 que ello representaba  el mal menor para los Cátaros, puesto que la represión
                 ejecutada directamente por los Golen hubiese sido terriblemente más efectiva,
                 como se comprobó en Bezier, y que de  ese modo se conseguiría, al menos,
                 sabotear la búsqueda del Gral y retrasar la caída de Montsegur, objetivo que se
                 alcanzó en gran medida. Y  el otro hecho es que los Señores de Tharsis eran
                 perfectamente conscientes que la Orden sería infiltrada por los Golen y que estos
                 abrirían las puertas a los personajes más crueles y fanáticos de la ortodoxia
                 católica, quienes destruirían sin piedad ni remordimiento a los Cátaros y a su
                 Obra: y aún así el balance indicaba que  sería preferible correr ese riesgo a
                 permitir que los Golen se desempeñasen por su cuenta.
                        A los inquisidores más fanáticos, que pronto actuarían dentro de la Orden,
                 no se los podía obstaculizar abiertamente  pues ello alertaría  a los Golen. La
                 táctica consistió, pues, en desviar sutilmente la atención hacia falsas pistas u

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