Page 146 - El Misterio de Belicena Villca
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escena, dispuesta para la contemplación.  En la superficie del escalón inferior,
                 bajo el nivel de la empuñadura, se hallaba depositada la Lámpara Perenne. Aquel
                 sector de la Caverna Secreta tenía forma de nave  semiesférica, estando la
                 estalagmita con el Rostro de Pyrena en un extremo cercano a la pared de piedra;
                 ésta aparecía chorreada de lava y sales, mientras que el techo se presentaba
                 erizado de verdosas estalactitas; el  piso por el contrario, había sido
                 cuidadosamente limpiado de protuberancias y nivelado, de manera tal que era
                 posible sentarse cómodamente frente al Rostro de la Diosa y contemplar,
                 asimismo, la Lámpara Perenne y la Espada Sabia con la Piedra de Venus.
                        Los alimentos necesarios para subsistir los proveían los Señores de
                 Tharsis manteniendo siempre colmada la despensa de una Capilla que existía al
                 pie del Cerro Candelaria. Tal Capilla, que se había construido para los fines
                 señalados, permanecía cerrada la mayor parte del año y sólo era visitada por los
                 Señores de Tharsis que allí iban a orar en la mayor soledad: aprovechaban
                 entonces para depositar los víveres en  un pequeño cuarto trasero, cuya única
                 puerta daba a la ladera del Cerro. Hasta allí bajaban furtivamente,
                 preferiblemente por la noche, varias veces por año los Iniciados para proveerse
                 de alimentos. Normalmente hallaban una acémila en un corral contiguo, con la
                 que cargaban los bultos hasta la entrada secreta y a la que luego dejaban libre,
                 dado que el animal regresaba mansamente a su cerco. Pero en otras ocasiones
                 los Señores de Tharsis aguardaban en la Capilla semanas enteras hasta que
                 coincidía alguna de aquellas visitas nocturnas: entonces, en medio de la alegría
                 del reencuentro, los Noyos o las Vrayas recibían noticias de la Casa de Tharsis;
                 especialmente indagaban sobre los jóvenes miembros de la familia, si alguno de
                 ellos se preparaba seriamente para la Prueba del Fuego Frío y si se advertían
                 posibilidades de que pudiese superarla. Nada preocupaba más a los Hombres de
                 Piedra y a las Damas Kâlibur que el no ser reemplazados por otros Iniciados, que
                 la Espada Sabia quedase sin Custodia. Los Señores de  Tharsis, por su parte,
                 inquirían a Noyos o Vrayas sobre sus visiones místicas: ¿no se había
                 manifestado aún la Señal Lítica de K'Taagar? ¿habían recibido algún mensaje de
                 los Dioses Liberadores? ¿cuándo ¡Oh Dioses! cuándo llegaría el día de la Batalla
                 Final? ¿cuándo la Guerra Total contra las Potencias de la Materia? ¿cuándo
                 abandonarían el Universo infernal? ¿cuándo el Origen?

                        Siempre había ocurrido  de manera semejante. Hasta entonces. Porque
                 desde que el Castillo de Aracena estuvo terminado, a unas decenas de
                 kilómetros del Cerro Candelaria, un halo de amenaza pareció extenderse por
                 toda la región. Hubo, pues, que extremar las medidas de precaución para
                 abastecer la Caverna Secreta y se redujeron al mínimo los encuentros con los
                 Iniciados ermitaños. En  aquel entonces habitaban la Caverna Secreta tres
                 Iniciados: una anciana Vraya, mujer de más de setenta años, que durante
                 cincuenta años jamás abandonó la Guardia; un Noyo de cincuenta años, Noso de
                 Tharsis, que hasta los treinta fue Presbítero en la iglesia de Nuestra Señora de la
                 Gruta y ahora estaba oficialmente muerto; y un joven Noyo de treinta y dos años,
                 Godo de Tharsis, que  cumplía la función de aprovisionar la Caverna Secreta.
                 Pero Godo, hijo del Conde Odielón de Tarseval, no era un improvisado en
                 cuestión de riesgos: llevado de niño  a Sicilia por uno de los Caballeros
                 aragoneses que servían en la corte de Federico II, fue paje en el palacio de
                 Palermo y luego escudero de un Caballero Teutón en Tierra Santa; nombrado a

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