Page 147 - El Misterio de Belicena Villca
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su vez Caballero, a los veinte años, ingresó en la Orden de Caballeros Teutones
y luchó cinco años en la conquista de Prusia; hacía siete años que permanecía
de Guardia en la Caverna Secreta, aunque pasaba por estar aún combatiendo en
el Norte de Alemania. Se trataba, pues, de un guerrero experto, que sabía
moverse con precisión en el campo de batalla: sus incursiones a la Capilla eran
cuidadosas y estudiadas, procurando evitar la posibilidad de ser sorprendido por
el Enemigo. Esto lo aclaro para descartar el caso de que un descuido fuese el
responsable de lo que aconteció luego.
Lo cierto es que el Enemigo conocía aquel sitio y esto no lo ignoraban los
miembros de la Casa de Tharsis: según la saga familiar, en efecto, en el lugar
donde se levantaba la Capilla del Cerro Candelaria, los Inmortales Bera y Birsa
habían asesinado a las Vrayas mil setecientos años antes. De allí que los
Señores de Tharsis pensasen en cambiar el punto de aprovisionamiento; pero la
intensa vigilancia que mantenían sobre Aracena no revelaba movimiento alguno
en dirección de la Capilla y las cosas siguieron así durante los cuatro años
siguientes. Cada tres o cuatro meses el Noyo Godo descendía de la sierra en
forma sorpresiva e imprevisible y procedía a transportar las provisiones a la
Caverna Secreta; y solamente una vez al año establecía contacto con alguno de
los Señores de Tharsis. Pero las noticias eran invariablemente las mismas: los
Templarios no efectuaban ningún movimiento en aquella dirección. Mas, aunque
no actuasen, ahora estaban allí, demasiado cerca, y su presencia constituía una
amenaza que se percibía en el ambiente.
Naturalmente, los Templarios no actuaban porque estaban esperando a
los Inmortales. Y Aquellos, finalmente llegaron, ciento cuarenta años después del
asesinato de Lupo de Tharsis en la Fortaleza de Monzón. Un barco de la armada
templaria, proveniente de Normandía, los desembarcó en Lisboa en 1268 junto al
Abad de Claraval, el Gran Maestre del Temple, y una custodia de quince
Caballeros. El Gran Maestre explicó a la Reina Beatriz que la expedición tenía
por destino el Castillo de Aracena, donde se iba a nombrar un Provincial,
obteniendo todo su apoyo y la consecuente autorización del Rey Alfonso III; la
presencia de Bera y Birsa no fue notada allí porque simulaban ser hermanos
sirvientes y vestían como tales. Días después los viajeros tomaban la antigua
carretera romana que iba desde Olisipo (Lisboa) a Hispalis (Sevilla) y pasaba por
Corticata (Cortegana), a pocos kilómetros de Aracena.
Ya en Aracena, los Inmortales aprobaron todo lo hecho por los Templarios
en cuanto a la edificación del Castillo. En el interior de la iglesia, en el piso del
ábside, estaba la puerta trampa que comunicaba con la Cueva de Odiel: en
verdad, la Cueva no se hallaba exactamente abajo de la iglesia sino que había
que llegar a ella por un túnel en rampa, al que se accedía por una escalera de
madera desde el ábside. Pero Bera y Birsa pasaron por alto los detalles de la
construcción pues su interés mayor radicaba en la Cueva. La exploraron palmo a
palmo, durante horas, hablando entre ellos en un lenguaje extraño que sus cuatro
acompañantes no se atrevían a interrumpir; estos eran el Abad de Claraval, el
Gran Maestre del Temple, ambos Golen, y dos Preceptores templarios “expertos
en lengua hebrea”, vale decir, dos Rabinos, representantes del Pueblo Elegido. Al
parecer, la inspección había arrojado resultados positivos; eso lo adivinaban por
las expresiones de los Inmortales pues estos eran sumamente parcos en todo lo
que se refería a la Cueva y a su presencia allí. En todo caso, sólo hicieron una
solicitud: que se adaptase a cierta forma simbólica, que describieron con
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