Page 149 - El Misterio de Belicena Villca
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representante del linaje maldito por El Uno: a conseguir esa muestra irían los
                 Inmortales en persona pues, aclararon, los Señores de Tharsis eran seres
                 terribles, a los que los Templarios no podían ni soñar con detener. Para sorpresa
                 de los Golen, pues el Cerro Candelaria  distaba varios kilómetros de Aracena,
                 manifestaron su intención de viajar a pie; pero el asombro fue mayúsculo cuando
                 observaron los siguientes actos de Bera y Birsa: se pararon uno frente al otro,
                 separados por la distancia  de cinco o seis pasos, y se miraron fijamente a los
                 ojos sin pestañear; entonces comenzaron a pronunciar en contrapunto una serie
                 de palabras en lengua desconocida, a las que imprimían particular cadencia
                 rítmica; un momento después, ambos daban un prodigioso salto que los elevaba
                 por arriba de las murallas del Castillo. Se hallaban entonces en el patio de armas
                 y, al salir disparados, ganaron una altura mayor que los muros y se perdieron en
                 la noche. Los Golen corrieron por las escaleras hasta las almenas y aguzaron la
                 vista en dirección del horizonte; y observaron bajo la luz de la luna, a una enorme
                 distancia, dos puntitos que se alejaban a grandes saltos: eran Bera y Birsa
                 avanzando hacia la Capilla del Cerro Candelaria.
                        A partir de la llegada de Bera y Birsa los hechos se sucedieron de manera
                 vertiginosa, dejando prácticamente sin capacidad de reacción a los Señores de
                 Tharsis. Sólo quince días tuvieron que aguardar los Inmortales en las
                 inmediaciones de la Capilla del Cerro Candelaria: al cabo de ese tiempo Godo de
                 Tharsis, que inexplicablemente no había notado la presencia de sus enemigos,
                 se encontraba frente a Ellos. Al comprobar que a pocos pasos de él se hallaban
                 aquellos dos personajes vestidos con hábitos de monje cisterciense, un impulso
                 instintivo lo llevó a empuñar su espada; pero nada más  que ese gesto pudo
                 realizar: con gran rapidez Bera levantó el Dorché, pronunció una palabra, y un
                 rayo color naranja golpeó en el pecho del joven Noyo, arrojándolo a varios metros
                 de distancia. Los Inmortales tomaron  entonces por los codos el desmayado
                 cuerpo de Godo de Tharsis y, luego de repetir la serie de palabras en contrapunto
                 mientras se miraban fijamente a los ojos, abandonaron el lugar realizando
                 aquellos grandes saltos, que les permitieron atravesar los kilómetros en cuestión
                 de minutos.
                        Bera y Birsa iban a perder algún tiempo tratando de obtener la confesión
                 de Godo sobre la Clave de la entrada secreta. Con ese propósito no lo
                 asesinaron de inmediato y se dedicaron a intentar lo que ya habían ensayado
                 otras veces sin éxito: pero esta vez, con más calma se concentraron en su
                 estructura psíquica, tratando de leer en alguna memoria el registro sobre el modo
                 de entrar y salir de la Caverna Secreta. Sin embargo, todo fue inútil nuevamente;
                 ni la clave parecía estar registrada en su mente; ni la más refinada tortura
                 conseguía que el Noyo soltase la lengua. A todo eso, los Señores de Tharsis
                 recibían el triste anuncio de la desaparición de Godo.
                        Apenas transcurridas doce horas desde que salió de la caverna, el Noyo
                 Noso comprendió que Godo ya no regresaría y decidió dar aviso al Conde de
                 Tarseval; se despidió entonces de la Vraya, descendió del Cerro Calendaria, y se
                 dirigió hacia la orilla del Odiel, donde  los Señores de Tharsis mantenían un
                 pequeño bote para casos semejantes: una hora después saltaba a tierra a dos
                 kilómetros de la Residencia Señorial. Así se enteró el Conde de Tarseval que su
                 hijo Godo había sido secuestrado por los Golen.



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