Page 154 - El Misterio de Belicena Villca
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regresar al cuartel, cuando alguien descubrió la licuefacción de los cadáveres y
lanzó el primer grito de terror: ¡pix picis! ¡pix picis!, es decir, ¡la pez! ¡la pez! En
contados segundos corrieron todos junto a los cadáveres y comprobaron que un
increíble proceso de desintegración orgánica los estaba reduciendo a un líquido
negro y viscoso, semejante al betún, pero del que se desprendía un jugo más
liviano indudablemente parecido a la lejía negra: de allí la ligera identificación con
la pez, hecha por un obnubilado almogávar. Pero un proceso tan brusco de
descomposición de un cadáver era mucho más de lo que podían soportar
aquellas mentes supersticiosas sin relacionarlo con la brujería y la magia negra.
Por eso al correr todos, esta vez muy aprisa, hacia las monturas, muchos que
habían caído presa del pánico exclamaban: ¡bruttia! ¡bruttia!, es decir, ¡brea!
¡brea! y otros: ¡lixivía! ¡lixivía!, o sea ¡lejía! ¡lejía! y, los menos, ¡pix picis! ¡pix
picis!, ¡la pez! ¡la pez!
Al llegar a la Villa de Turdes, Lugo de Braga se halló con el asombroso
espectáculo de que la pestilentia se le había adelantado. Pero allí los estragos
de la plaga eran tremendos: de los tres mil quinientos pobladores de la Villa,
quinientos murieron en el valle, junto al Conde de Tarseval, y de los tres mil
restantes sólo quedaban vivos quinientos, todos procedentes de regiones y
Razas diferentes de los iberos tartesios. Lo ocurrido había sido análogo a lo
sucedido en el campamento del Conde: primero el zumbido, luego el grito, dado
al unísono por todas las víctimas, y por último la horrible muerte simultánea. Al
parecer, allí la trasformación en betún era más lenta, pero ya se advertían los
síntomas en los cadáveres expuestos. Y nadie sabía si aquella peste era
contagiosa ni conocía sus síntomas previos. Lugo de Braga decidió entonces huir
de la región para siempre; pero antes, hizo lo más razonable, reacción propia de
la Epoca: se entregó al pillaje con sus doscientos compañeros.
No existían ahora Señores de Tharsis, ni Caballeros o Nobles, que
defendiesen aquel patrimonio. Lugo de Braga se dirigió a la Residencia Señorial y
la saqueó a conciencia, mas no se atrevió a incendiarla como reclamaban sus
hombres. Después se retiró a su país, llevándose consigo una inmensa
caballada cargada de botín. Por supuesto, todos ellos serían perseguidos años
más tarde por ese crimen y muchos terminarían en la horca. Aunque nadie podía
imaginarlo entonces, cuando la peste se enseñoreaba de la Casa de Tharsis, aún
quedaban algunos de ellos vivos que luego reclamarían lo suyo. Con esta
excepción, la mayoría de los miembros de la Casa de Tharsis habían muerto de
la misma causa y en la misma noche nefasta, en sitios tan distantes como Sevilla,
Córdoba, Toledo o Zaragosa.
Vigesimosexto Día
Dr. Siegnagel, habrá de convenir conmigo en que los Imortales casi habían
ejecutado con éxito la sentencia de exterminio contra la Casa de Tharsis. Por lo
menos así lo creían Bera y Birsa, quienes se jactaban de ello frente a los Golen y
Rabinos.
Aún se hallaban en la Cueva de Odiel. El lago rebosante de betún, todavía
burbujeaba despidiendo nauseabundos olores. En primer lugar, se destacaba la
fiera figura de Bera, el Inmortal a quien los Golen denominaban Bafoel y los
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