Page 455 - El Misterio de Belicena Villca
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como la del Obispo, un faldeo verdaderamente llamativo por su desarrollo y
                 variedad de motivos” leí en el mapa que había adquirido en Cerrillos. Ya me
                 encontraba próximamente a Cafayate, donde planeaba almorzar y adquirir
                 algunos regalos, especialmente el exquisito vino de la zona. Cuando se realizan
                 viajes improvisados, como el que Yo emprendía, por Provincias o regiones de
                 extrema pobreza, conviene llevar siempre regalos comestibles. Un litro de buen
                 Torrontés o unos alfajores pueden abrir puertas imposibles, controles fronterizos
                 y salvar toda clase de dificultades.
                        Entré a Cafayate y luego de realizar algunas compras en una casa de
                 artículos regionales, estacioné frente a  la Plaza Libertad para almorzar en un
                 restaurante que prometía desde una pizarra “Menú del día: Empanadas y Picante
                 de Pollo”.


                 Capítulo X


                        A las 14,30 hs. me hallaba nuevamente en camino, rodeando el arroyo De
                 las Conchas y dispuesto a emprender la segunda parte del viaje a Santa María.
                        La tierra estaba suelta pues al parecer hacía tiempo que no llovía y el
                 viento era lo suficientemente fuerte como para que este trayecto fuera por demás
                 lento.
                        Dos horas después sólo había recorrido 70 Km. y me aprestaba a cruzar
                 por el medio el pueblo Colalao del Valle pues el camino se continuaba por la calle
                 principal. Este pueblo se encuentra en la Provincia de Tucumán, a mitad del
                 camino que atraviesa la cuña geográfica que un mal trazado de límites legó al
                 mapa actual. Tiene unas veinte cuadras de largo por cuatro o cinco de ancho.
                 Mientras lo atravesaba observaba el mismo síndrome que se manifiesta en mil
                 pueblos y caseríos del Norte Argentino: la decadencia.
                        La pobreza es un mal endémico en  estas, paradójicamente, ricas
                 Provincias, olvidadas por el centralismo burocrático de la Megápolis Buenos Aires
                 y por la desidia o impotencia de los gobernantes locales que suelen tener las
                 manos atadas por un federalismo inexistente más allá de los discursos oficiales.
                        La pobreza es un mal que duele. Pero más castiga ver la decadencia; esto
                 es: contemplar lo que ayer fue espléndido ejemplo transformado hoy en
                 censurable visión.
                        Mientras rodaba el automóvil la calle de tierra, miraba las casas de estilo
                 colonial español, que hoy son sombras de  lo que fueron en  pasados días de
                 esplendor. Caricaturas crueles de la esperanza y la fe de sus constructores.
                        –Quienes edificaron estas casas  –pensaba compungido–  creyeron en la
                 Argentina, tuvieron fe en América.
                        El derrumbe inexorable de ellas es la contundente respuesta a esas
                 ilusiones.
                        Se veía que ese pueblo, como tantos otros, evolucionó hasta un apogeo
                 que deberá situarse en 50 o más años atrás, y luego sobrevino un período de
                 decadencia durante el cual no se levantó una pared, ni siquiera se pegó un
                 ladrillo. Ventanas clausuradas años ha, al podrirse  los marcos de madera;
                 paredes desconchadas y leprosas; frentes roídos por mil inclemencias del tiempo
                 y del Alma.

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