Page 573 - El Misterio de Belicena Villca
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Kula y Akula, neffe Arturo, eran los tatarabuelos de Ying y Yang, los dogos
que te atacaron cuando ingresaste de manera tan furtiva en la finca y Yo te tomé
por enemigo. Igual que sus antepasados, estos obedecen las órdenes mentales
del Yantra y se mueven ambos a la vez, perfectamente sincronizados.
Capítulo XXIII
Esa mañana el Dr. Palacios me quitó la escayola. El brazo estaba curado
pero aún subsistía una horrible sensación de debilidad que me recordó la terrible
eficacia de los perros tibetanos. Los últimos relatos de tío Kurt iban aclarando
todo... al tiempo que me sumían en un Misterio mayor. Su Iniciación, la misión en
el Tíbet, el Poder del Signo del Origen, el increible parentesco de su Instructor
Konrad Tarstein con Belicena Villca, y el asunto de los dogos. Sí, todo se iba
aclarando, pero al mismo tiempo crecía el Misterio de mi propia existencia. A
cada instante se iban incorporando nuevos elementos al contexto de mi vida:
parientes desconocidos, países remotos, Doctrinas ignotas, enemigos
implacables. Pero ¿qué era Yo? De una cosa estaba ahora seguro: jamás había
tenido la más mínima chance de escapar de la historia, jamás había sido libre de
elegir mi Destino, jamás dispuse de una pizca de albedrío. Todo fue ilusión, todo
una farsa. Me sentía jugado, como un trebejo de ajedrez, por seres inhumanos
que evidentemente conocían las reglas del juego y la posición de las piezas: el
tablero era el Misterio, que apenas vislumbraba, pero que no podría abarcar por
estar inserto en él.
Comprendía que tenía que sacarme esas ideas pesimistas del cerebro
para no enloquecer. Y paradójicamente, cuando tío Kurt no me hacía partícipe de
su narración, me entretenía observando a los perros daivas, a los que ya no
temía: aguardaba, eso sí, que tío Kurt cumpliese su promesa de revelarme los
bijas del Yantra. Según él, Yo también podría controlarlos con la mente.
Capítulo XXIV
A todo esto –prosiguió tío Kurt esa tarde– se habían pasado los tres días y
un helado amanecer nos vio salir del Monasterio rumbo al Tíbet. La caravana se
componía ahora por los cinco oficiales , cinco de los porteadores holitas de
Dacca, que aceptaron el porte hacia el Tíbet, y diez lopas kâulikas, expertos en
Artes Marciales y Magia Tántrica. La travesía del Himalaya se hizo por un paso
sólo conocido por los monjes, que evitaba toda población hasta bien entrado en
el valle de Gangri pero que subía a más de 5.000 mts. y pasaba junto a la ladera
del Kula Gangri, majestuoso pico de 7.600 mts.
Ya en la meseta del Tíbet, el país de Pey-Yul, debíamos marchar en
derechura hacia el Norte; el plan de Von Grossen parecía descabellado en
principio, aunque bien mirado no lo era; y de hecho produjo los resultados
esperados. Consistía en alcanzar las orillas del Brahmaputra, que en el valle de
Gangri corre paralelo al Himalaya, de Oeste a Este, y embarcarnos en balsa para
navegar en su furiosa corriente: el punto indicado para descender (si es que no
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