Page 575 - El Misterio de Belicena Villca
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carga: más que suficiente para cubrir nuestras necesidades. Los kâulikas se
habían encargado de contratarlas y el precio fue alto, pues hubo que pagarles el
viaje hasta Sadiga y el costo de los remolcadores que las traerían nuevamente
hasta el Alto Brahmaputra.
Los diestros barqueros, estimulados por la promesa de una remuneración
extra, o atemorizados por la peligrosidad de los monjes kâulikas, conducían
diestramente las balsas por el centro del canal, aprovechando al máximo la
velocidad del río. Y en tanto la caudalosa corriente me acercaba aceleradamente
al objetivo de la misión, Yo contemplaba admirado uno de los paisajes más
extrordinarios de la Tierra, sólo comparable, en una medida menor, a la meseta
de Tiahuanaco en América. Porque aquel río “Hijo de Brahma”, que surcaba
longitudinalmente un frío valle situado a 4.000 mts. de altura, tenía sus orillas
custodiadas por dos cordilleras tan célebres por la elevación de sus montañas
como por la de los conceptos que merecía a las Religiones más antiguas de la
Humanidad: a la derecha se extendía el Himalaya, en cuyo sistema afirma la
tradición asiática que se encuentra el Monte Meru, el Olimpo de los indos; y a la
izquierda se alzaban los montes Gangri, cordillera que culmina al Oeste con el
monte Kailas, la Morada de Shiva.
Una semana después nos encaminábamos hacia Yushu, en el N.O.,
tratando de acelerar las jornadas mediante la adquisición de yaks, pues existía un
itinerario de pasos y abras que permitía avanzar con tales animales. Luego de
recorrer una serie ininterrumpida de pequeños valles, atravesar numerosas
cadenas montañosas, cruzar el caudaloso río Saluen y muchos otros torrentes
menores, llegamos un día a las orillas del Mekong, a unos 80 km. de Chamdo. A
esa altura los kâulikas ya habían averiguado que la expedición de Schaeffer nos
aventajaba en sólo quince días: poco tiempo para aquellas latitudes donde la
duración de los viajes se medía en meses; mucho si se trataba de salvar la vida
de Oskar Feil.
Felizmente el buen tiempo nos acompañó durante todo el trayecto y se
mantendría así hasta el final. Pasamos a la orilla derecha del Mekong y tomamos
el Camino de los Lamas, con la esperanza de acortar la distancia que nos
separaba de Schaeffer marchando más rápido que su columna y deteniéndonos
lo indispensable para descansar. De todos modos, el progreso fue lento hasta la
exasperación, pues el famoso “Camino” consistía en una angosta y elevada
calzada que apenas dejaba pasar a los yaks, a los que a menudo teníamos que
descargar. En algún lugar de esa senda, a más de 4.000 mts. de altura,
cruzamos la frontera china. Al fin llegamos a Yushu, comprobando que el otro
grupo de occidentales había abandonado la ciudad diez días antes. La noticia, en
lugar de alegrarnos por el tiempo ganado, nos desesperó, debido a que aquella
ciudad era un punto incluido en el camino Chang-Lam, por el cual se canalizaba
la mayor parte del comercio del Tíbet con China y por el que se podía transitar
con bastante rapidez.
Desde el año anterior, Julio de 1937, China padecía la invasión de los
japoneses, que ya dominaban Corea y Formosa desde la guerra con Rusia de
1905. En esos días de fines de 1938, Japón había conquistado la Manchuria y
toda la costa meridional, amenazando extenderse hacia el interior: Cantón,
Nanking, Shanghái, Pekin, etc., habían caído en su poder; con un formidable
movimiento de pinzas procuraban ahora ocupar la enorme franja entre los ríos
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