Page 666 - El Misterio de Belicena Villca
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en un Monasterio franciscano cuyo prior era simpatizante de Alemania y de la
causa árabe: ambos tuvieron que trocar el negro uniforme de la por la parda
sotana seráfica . A su cuidado quedarían también los perros daivas.
Mientras nuestros Camaradas permanecían en el Monasterio de Nápoles,
la Legión Tibetana emprendió viaje hacia Berlín. Ibamos Bangi, Srivirya,
cincuenta comandos y Yo. Tras múltiples enfrentamientos con los partisanos
comunistas que infestaban los caminos, conseguimos llegar a Verona, desde
donde partían varias sendas que pasaban los Alpes. Tomamos la de Bolzano,
que nos condujo un día después directamente a Berchtesgaden.
El 25 de Abril el comandante de Berchtesgaden recibió un telegrama de
Bormann en el que se le ordenaba detener al Mariscal Goering. Cuando llegamos
nosotros no había nadie que nos pudiese atender o dar información. Nos
dirigimos entonces al Obersalzberg, pero antes de llegar, el Destino, ese Destino
trágico que siempre me perseguía, decidió representar su mejor función: 318
bombarderos Láncaster llegaron primero y comenzaron a descargar toneladas de
bombas sobre la pacífica aldea alpina. Paralizado de dolor, atravesado por la
nostalgia lacerante, creo que gritando de impotencia, vi volar en mil pedazos la
casa de Rudolph Hess y otras aledañas. ¡Aquella casa donde 12 años atrás
llegáramos con mi padre para visitar al Stellvertreter del Führer y solicitarle ayuda
para encaminar mi carrera! Allí Papá le había confiado la medalla de los Ofitas
¿qué habría sido de ella? Tal vez las tuviese Ilse, la suya y la mía...
¡Cuántos recuerdos!...
¡Malditos ingleses, malditos yanquis, malditos rusos, maldita Sinarquía
judía! ¿Qué necesidad había de destruir esa aldea de Obersalzberg? ¿Quizás
suprimir un símbolo? Pero a los símbolos sólo es posible romperles la forma,
quebrar su apariencia, porque el contenido es metafísico, trascendente, y jamás
podrá ser alcanzado por una bomba de Láncaster.
En fin, sin poder contener las lágrimas, observé las ruinas humeantes del
Beghof, el Cuartel General del Führer, vacío en ese momento porque, como bien
sabían los aliados, el Führer se hallaba en el bunker de Berlín, y los restos de las
casas de Bormann y de Goering, y de muchos pobladores que nada tenían que
ver con el nazismo y el Tercer Reich. Regresamos a Berchtesgaden y logramos
al día siguiente transporte hacia Munich. Allí entrevisté al General Koller quien me
informó de la desastrosa situación de Berlín: los rusos habían alcanzado las
orillas del Elba y Eisenhower detuvo el Ejército americano cerca de Torgau, con
el confesado propósito de que Berlín fuese arrasado por las hordas eslavas. “Eso
era, se justificó el maldito judío, lo que se había convenido en Yalta”.
Berlín se hallaba, así, sitiada por los rusos, siendo casi imposible entrar o
salir por tierra. ¡Pues la legión tibetana entrará en Berlín! –afirmé con
determinación.
–No será necesario que corra semejante riesgo, Brigadienführer Von
Sübermann: acaban de llegar órdenes para Ud., que mandan se dirija a Plauen.
El Reichführer Himmler desea verlo personalmente allí. El General Koller, ante
mi sorpresa, me alargó el telegrama de Himmler. ¿Cómo supo el Reichführer
que nos encontraríamos en Munich? Había una sola respuesta: el oficial S.D. de
Berchestsgaden había informado de nuestro paso. Maldije para mis adentros e
indagué a Koller.
–¿Hay línea telefónica con el Reichführer ?
–Sólo en caso de extrema urgencia.
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