Page 668 - El Misterio de Belicena Villca
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Los reuní a todos en un patio alejado y les hablé:
–¡Legión Tibetana! En pocos minutos vamos a entrar en operaciones.
Nuestro objetivo es alcanzar Berlín, y necesitamos pertrecharnos en el acto. Pero
no podemos solicitar oficialmente esos pertrechos. Por lo tanto, nos
incautaremos de ellos.
Ante todo, hay que apoderarse de dos camiones artillados, con gomas de
repuesto y suficiente munición. Bangi y quince hombres se ocuparán de ello,
tratando de no causar bajas en ninguno de los bandos, que son el mismo bando
de Alemania. Capturen y amordacen a quienes tengan que robar, y manténgalos
ocultos en los camiones, pues los liberaremos antes de irnos. Tienen diez
minutos para ejecutar la misión y estacionarse frente al depósito de Intendencia.
Srivirya y 20 hombres asaltarán el depósito, tomando sólo lo
imprescindible para un viaje de 600 km. y 50 efectivos: granadas, fusiles,
municiones y mínimos víveres. Inmovilizan a todo el mundo y, cuando lleguen los
camiones, cargan todo y se reúnen con nosotros en el edificio de dormitorios,
junto al casino. ¡En quince minutos tienen que estar allí! –ordené.
Los quince tibetanos y Yo nos dedicamos a recoger nuestros equipos y
ropas, y apilar todo en la puerta de la barraca. Quince minutos después salíamos
del cuartel de Munich. El primer grupo había hecho cuatro prisioneros. El de
mayor grado era un Schartführer: a él le di la carta dirigida al General Koller. En
ella le pedía disculpas por el atropello, y le informaba que “Yo no podía
obedecer la orden del Reichführer Himmler pues ésta se contradecía con
otra orden anterior que me obligaba a ir a Berlín. El autor de la primer orden
era un Jefe del Servicio Secreto del que sólo estaba autorizado a mencionar
su nombre clave: Unicornis”. Rogaba se comunicara este mensaje textual al
Reichführer y me despedía amablemente del General Koller. No esperaba que
Koller me perdonase el haber ridiculizado a sus hombres, pero tenía fe que
Himmler dejaría todo como estaba, antes que enfrentarse con los cerebros
ocultos del Tercer Reich. Soltamos, pues a los desconcertados soldados en la
entrada Norte de Munich, reiterándoles que transmitiesen cuanto antes esa carta
al General Koller.
Mis cálculos fueron correctos porque Himmler nada hizo luego de recibir el
lacónico mensaje. Incluso nos cruzamos con tropas provenientes del frente
ruso a las que ninguna advertencia se les había hecho con respecto a nosotros.
Ahora bien: era el 28 de Abril y creo que ese fue el último día en el que
existió una mínima posibilidad de llegar a Berlín por carretera. Nuestra ruta era
como marchar por el filo de los dientes del Dragón sinárquico: todas eran
vanguardias enemigas a lo largo del camino; primero vanguardias francesas y
yanquis que avanzaban desde el Oeste, y luego vanguardias rusas procedentes
del Este, que chocaban con las columnas yanquis en las orillas del Elba. Munich
caería en poder de los franco-yanquis el 30 de Abril, es decir, dos días después
que salimos.
De todos modos, y sosteniendo periódicos combates contra yanquis y
rusos, llegamos a Postdam al anochecer. Imposible atravesar las líneas rusas en
dos camiones alemanes y con una legión . Dos horas más llevó localizar un
campamento ruso apropiado para obtener el camouflage imprescindible: unos 60
soldados de la infantería rusa dormían en una hilera de carpas, resguardados por
cuatro centinelas. Todos murieron por arma blanca, la mayoría degollados, pues
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