Page 670 - El Misterio de Belicena Villca
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                        –¡La Legión Tibetana, formación especial de la 1                Panzerdivisión
                 Leibstandarte Adolf Hitler, se presenta para tomar la guardia en el bunkerführer!
                 ¡Heil Hitler, mi Brigadienführer ! –presenté y saludé a voz en grito.
                        A Mohnke le resultó sospechoso aquel refuerzo, del que no tenía ninguna
                 noticia, y pensó en una posible deserción del frente, pero se tranquilizó cuando le
                 probé que nuestro destino era Italia, de donde lógicamente tuvimos que
                 retirarnos, y le comuniqué que Himmler estaba informado de nuestra marcha
                 hacia Berlín.
                        –Ahora, si puedo, debo completar la misión que me encomendó el Servicio
                 Secreto, –solicité.
                        –Por mí, cumpla Ud. con su deber, Brigadienführer. Aquí ya no hay nada
                 más que hacer –afirmó con tono lúgubre.
                        Eran las 10 de la mañana. Oí cuando le decían a Otto Meyer que el Führer
                 se encontraba descansando, que no podría  recibirlo. El heroico Meyer había
                 intentado ver a Hitler antes de emprender  una recorrida de la que quizás no
                 volvería nunca. Le hice señas para que me aguardase un momento y me despedí
                 para siempre de Bangi, Srivirya, y los  cincuenta guerreros lopas de la Legión
                 Tibetana. ¿Para qué describir lo que fue aquella despedida? Basta con agregar
                 que aún después de 35 años, los veo nítidamente en el jardín de la Cancillería en
                 ruinas, levantando el brazo para saludarme militarmente, y escucho la voz del
                 gurka que dice “¡Adiós Shivatulku! ¡No  sufráis por nosotros, que pronto nos
                 encontraremos en otra guerra, luchando junto a los Dioses!”

                        –¿La Gregorstrasse? –repitió Meyer,  en tono de interrogante–. Pero eso
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                 queda en el Gipfelstadt : hay que atravesar la Puerta de Brandenburgo y cruzar
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                 el Thiergarten . Mira Kurt, desde hace unos días los rusos están tratando de
                 ocupar el Thiergarten pero no han logrado romper nuestras baterías antitanque.
                 Por lo tanto, ellos también han montado sus propias baterías. Conclusión: nadie
                 puede pasar porque se ha formado un infierno de fuego cruzado. Pero no te
                 ilusiones: tampoco podrías llegar a pie porque hemos minado todos los campos y
                 caminos del Zoológico.
                        Lo miré desolado y esto le arrancó otra de sus habituales carcajadas.
                        –Calma, Kurt, calma, que no está todo  perdido. Si bien los panzer no
                 pueden pasar, eso no significa que nada pueda pasar. ¿Has oído hablar de los
                 Kamikaze? –preguntó, siempre bromeando.
                        –Sí: son los pilotos suicidas japoneses.
                        –¡Pues bien, mi querido Camarada! ¡Si tú te atreves a ser un motociclista
                 kamikaze, es posible que te hagamos cruzar al Gipfelstadt!
                        Comenzaba a comprender.
                        –El plan es elemental; sólo se necesita el kamikaze para llevarlo a cabo –
                 dijo sonriendo.
                        Yo asentí, dándole a entender que haría el papel de piloto suicida.
                        –Pues entonces no hay nada más que hablar. Tomas una moto escolta,
                 que ahora son completamente inútiles, y te lanzas por la gran avenida, cruzas la
                 Puerta de Brandenburgo, y te internas en el Thiergarten; con suerte, en diez
                 minutos estarás en la Gregorstrasse. Eso sí, debes tomar el Thiergarten a gran
                 velocidad, más de cien km.  por hora, para que los rusos no puedan afinar la

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                   Barrio de La Cumbre.
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                   Jardín Zoológico de Berlín.
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