Page 669 - El Misterio de Belicena Villca
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nadie quería estropear su disfraz. Sin embargo, ningún legionario quiso quitarse
                 el uniforme de la   y hubo que ponerse la ropa rusa arriba de ella, muchas veces
                 ayudándola a entrar mediante generosos golpes de cuchillo.
                        Así vestidos, marchamos más o menos abiertamente en dirección al
                 Spree. Siguiendo su orilla dimos  con el puente Veindendammer, que estaba
                 cubierto por los niños de la Juventud Hitleriana de Arthur Axmann. Diez minutos
                 me costó convencer a un  Obersturmführer de 12 años que formábamos una
                 legión de la   y que debía dejarnos pasar. Finalmente cruzamos y todos se
                 quitaron allí mismo la ropa rusa, menos Yo que aún tenía que seguir bastante.
                              Porque habíamos decidido separarnos, ahora sí, definitivamente. La
                 Legión Tibetana pertenecía al Leibstandarte Adolf Hitler, el Cuerpo   que tenía a
                 su cargo la guardia personal del Führer, y lo más lógico sería que ese cuerpo se
                 dirigiese al bunker para contribuir a su defensa. Berlín ofrecía un aspecto
                 catastrófico: manzanas enteras demolidas por los bombardeos aéreos y el
                 cañoneo de los rusos, las calles cubiertas de escombros, resplandores de
                 distintos incendios se sumaban al crepúsculo del amanecer de ese fatídico 29 de
                 Abril de 1945. Marchamos en silencio  por varias cuadras hasta llegar a la
                 Fredrichstrasse, o lo que quedaba de ella. La idea era seguir aquella vía hasta la
                 altura de la estación del tren subterráneo y luego descender y transitar bajo tierra;
                 en la estación de la Vilhelmplatz ascenderíamos a pocos metros de la Cancillería.
                 No fue posible realizar este sencillo plan porque en la calle de Federico se estaba
                 librando una terrible batalla de tanques. Tratamos, entonces, de alcanzar a la
                 carrera la Vilhelmstrasse cuando la Fortuna, tan esquiva hasta entonces, vino en
                 nuestra ayuda.
                        En efecto, por la calle transversal que tomamos, comenzó a doblar hacia
                 nosotros una columna de  tanques. Al mando iba un   Oberführer de nombre
                 Otto Meyer, a quien conocíamos porque Von Grossen consiguió tres años antes,
                 que nos dictara una conferencia sobre tácticas de caballería blindada: era un
                 joven oficial de legendario valor y gran  profesionalidad para la conducción de
                 tropas motorizadas. Había luchado en Francia y Rusia, y sobrevivido, además de
                 causar grandes pérdidas al enemigo. Cuando Rudolph, luego de mi primera
                 misión, hizo alusión a  que Yo sería uno de los  Oberführer más jóvenes del
                 Ejército alemán, incluía sin dudas a Otto Meyer en su concepto plural. Ahora lo
                 habían convocado para la Batalla de Berlín, la última, y seguramente moriría.
                        Detuvo su panzer y salió por la torre: –¡Kurt Von Sübermann y la Legión
                 Tibetana! Ja,ja,ja. ¡Jamás hubiese esperado encontrarte aquí, agente secreto !
                 ¿A dónde Demonios creen que van?
                        –¡Otto Meyer! –grité conmovido–. Yo tampoco imaginé volverte a ver. Oh,
                 Otto: esta es la guardia del Führer. ¡Debe llegar a la Cancillería!
                        –¡Pero si son pocas cuadras! No te preocupes que llegarán. Diles que
                 marchen protegidos por los panzer y los dejaré en la misma puerta. Y tú sube a la
                 cabina, que quiero charlar con alguien que aún no se haya vuelto loco, como lo
                 están todos en esta ciudad.
                        Quince minutos después los cinco panzer se detuvieron frente a la
                 Cancillería, que ya prácticamente no existía, salvo los bunkers subterráneos; y la
                 Legión Tibetana se formó en el jardín. El asombro del Brigadienführer Mohnke,
                 comandante   de la Cancillería, no tenía límites, al contemplar esa tropa de
                 rostros asiáticos.


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