Page 667 - El Misterio de Belicena Villca
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–Pues ésta lo es, mi General. Se trata de una emergencia.
                        –Bien Brigadienführer. Pase por la radio que autorizaré la llamada.
                        Suspiré aliviado: ¡era necesario que  confirmase mis sospechas antes de
                 partir!
                        –Habla el Brigadienführer Kurt Von Sübermann mi Reichführer –saludé,
                 a través de la inaudible línea.
                        –¡Von Sübermann! ¡Cuánto me alegra saber de Ud. en este momento! Lo
                 felicito por llegar hasta Munich. ¡Justo a tiempo! No podía esperarse menos de
                 Ud. Bien,  Brigadienführer Von Sübermann; escúcheme bien: las cosas han
                 cambiado aquí en Alemania, y ahora Yo estoy encargado de la Operación
                 Federico II. Así, pues, debe venir cuanto antes y traerme la Reliquia del Rey.
                 Venga en avión. Hasta pronto. Páseme con el General Koller para que le dé las
                 instrucciones necesarias.
                        –¡Hasta pronto, mi Reichführer ! –me despedí, sumido en la más negra de
                 las aprensiones.
                        Me reuní con Bangi y Srivirya. Por suerte no había aviones disponibles en
                 ese momento. ¿Qué haría? Era evidente que Himmler planeaba apoderarse de la
                 Piedra de Gengis Khan para utilizarla con algún fin personal. Mas la Piedra de
                 Agartha no le pertenecía a él sino a la Orden Negra  , a la Thulegesellschaft, a
                 Alemania. A mí el Reichführer me merecía el mejor de los conceptos, un Iniciado
                 Hiperbóreo fiel al Führer y leal a nuestros estandartes: si la caída de Alemania lo
                 había trastornado, ello sería comprensible. Pero en la Orden Negra jamás me
                 perdonarían si Yo extraviaba un objeto que Federico II Hohenstaufen protegió
                 durante 700 años.
                        –Camaradas, estoy en un problema –les confié a  los jefes de la Legión
                 Tibetana–. Con seguridad me veré en la necesidad de desobedecer una orden
                 del  Reichführer y no quiero que Uds. se vean involucrados. He pensado en
                 transferirlos al Comandante local de la  , y proseguir solo el viaje a Berlín. Es mi
                 deber entregar el cofre que encontramos en Apulia a los Iniciados de la Orden
                 Negra, que también son miembros de la Thulegesellschaft, y para eso debo ir a
                 Berlín; por el contrario, el Reichführer pretende que le dé sólo a él la Reliquia, en
                 la ciudad de Plauen.
                        –¿Y cómo iréis a Berlín, Shivatulku?
                        –Pues, por tierra, ya que por aire es imposible llegar. Fingiré ir a Plauen,
                 pero luego me desviaré hacia el Norte, y trataré de algún modo de atravesar el
                 cerco ruso.
                        –Entonces nosotros os seguiremos a Berlín. Pensadlo bien: Os seremos
                 útiles para realizar la proeza que planeais. Y por otra parte ¿qué nos importan a
                 nosotros los cargos por desobediencia, aún si significasen la muerte? ¡Ya hemos
                 vivido demasiado y la Muerte no nos atemoriza en absoluto!
                        Las palabras del gurka me trajeron a la realidad. Sin dudas aquellos días
                 señalaban el fin del Tercer Reich. Y muy probablemente representarían nuestro
                 propio fin. Sí; todo se terminaba, y quizás también terminásemos nosotros. Ahora
                 o más tarde habría que jugarse la vida contra una pléyade de enemigos ¿rusos,
                 ingleses, yanquis, franceses, quién, por Wothan, quién nos quitaría la vida? Dejar
                 a la Legión Tibetana en Munich sólo significaba prolongarles la vida un día o dos
                 más: esa era la realidad.
                        Me decidí en el acto. Debíamos actuar antes que el General Koller
                 consiguiese el avión.

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