Page 678 - El Misterio de Belicena Villca
P. 678
Viendo el Oeste oscurecido por las tinieblas del Kâly Yuga Gengis Khan
decidió enviar tres mensajeros embajadores, a Inocencio III, a Felipe Augusto, y a
Federico II, con la misión de iniciar relaciones diplomáticas y a quienes instruyó
para que realizasen discretos sondeos destinados a concretar una alianza entre
el Este y el Oeste. Hizo ésto para ganar tiempo, en tanto otros enviados suyos
viajaban hasta el “centro de menor intensidad” a buscar las ansiadas respuestas.
Hacia 1220, Gengis Khan ya sabía que el trato debía celebrarse con el
Rey alemán. Pero un pacto semejante, que no sería político sino espiritual y que
se celebraría en varios mundos a la vez, requería de mayores certezas que la
mera convicción humana: en 1221 el sabio taoísta Chiu Chuchi regresó, luego de
dos años, de la expedición al “centro de menor intensidad”. En el campamento
mongol, a orillas del río Oro, el sabio relató a Gengis Khan su increíble aventura:
había sido autorizado por los Siddhas a visitar el Reino de Agartha; guiado por
unos misteriosos Iniciados mongoles se internaron cientos de kilómetros en el
desierto de Gobi hasta llegar a un sitio completamente desolado y yermo adonde
no parecía posible que existiese ningún vestigio de vida vegetal o animal; en tal
sitio, aparentemente en medio del desierto, los monjes decidieron acampar y,
aunque parecía un suicidio, el sabio chino no osó contradecirlos; permanecieron
allí varios días, perdió la cuenta del total, hasta que una noche en que se hallaba
profundamente dormido, tratando de reponer las fuerzas que durante el día el
ardiente sol le arrebataba sin piedad, fue despertado bruscamente; sin salir de su
asombro fue invitado por los monjes, a quienes acompañaban unos terribles
guerreros surgidos no imaginaba de dónde, a internarse con ellos en el desierto
en una dirección determinada; pero no anduvieron mucho pues muy cerca del
campamento, en un lugar que en esos días había observado muchas veces y en
el que no podía haber nada más que arena, se distinguía claramente un brillo
blancuzco que brotaba del suelo; era una noche despejada, con una luna que
derramaba torrentes de luz plateada sobre la sinuosa superficie del desierto; sin
embargo, y esto lo repitió muchas veces el sabio de Shantung, al llegar a pocos
pasos de distancia la luz que brotaba del suelo era cien veces más intensa
que la luna, a tal punto que su cegador resplandor impedía distinguir qué o quién
la producía; tambaleando se detuvo junto a la fuente de luz y sólo unos segundos
después, cuando sus ojos se hubieron acostumbrado, pudo comprobar que un
perfecto contorno rectangular se recortaba contra el piso, donde una pesada loza
de piedra había sido corrida; la luz provenía de aquella abertura que conducía
directamente a una escalera descendente cuyos escalones se perdían
rápidamente de vista en las profundidades de la Tierra.
A pesar de lo fantástico de la historia Gengis Khan la aceptó sin dudar
porque el sabio Chiu Chuchi merecía su total confianza y, principalmente, porque
su misión había tenido éxito : traía consigo un mensaje de los Siddhas y le
acompañaba, para interpretar tal mensaje ante el Khan de los mongoles, un
habitante de Agartha. Según Chiu Chuchi, luego de descender a profundidades
increíbles por aquella trampa del desierto, arribaron a un túnel horizontal
perfectamente iluminado, y allí subieron a “un carro que viajaba velozmente sin
ruedas ni caballos”, el cual los condujo en pocos minutos a la “Ciudad de Wo-
Tang, El Señor de la Guerra”, en donde “a pesar de estar bajo tierra es posible
ver el cielo y las estrellas”. En Agartha “el Señor de la Guerra en persona” recibió
a Chiu Chuchi a quien, dijo, “estaba esperando para entregarle la fórmula
mágica que da poder sobre los pueblos”. Dicha fórmula, explicó Wo-Tang, ya
678