Page 733 - El Misterio de Belicena Villca
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desde el Origen. Porque en ese momento, cuando la cantidad y multiplicidad de
                 las  scintillae habían alcanzado su máxima exaltación,  todas se abrieron al
                 unísono y mostraron un ojo inexpresivo, un ojo que era el mismo ojo
                 repetido demencialmente en todos los puntos del espacio. Toda la
                 Naturaleza, todas las cosas diferenciadas, todo lo que alcanzaba a ver y percibir
                 hervía ahora de ojos inexpresivos, de  ojos ícticos que indudablemente nos
                 miraban a nosotros:  y aquellos millones de ojos de pez, de oculi piscium,
                 eran los Ojos de la Misericordiosa que se abrían para contemplar las Almas
                 de sus Hijos Amados, las Almas de Bera y Birsa que estaban
                 desencarnando en medio de un gran terror.
                        Pensad en la escena: en la forma general de los entes nada ha cambiado,
                 todos son distinguibles y reconocibles, todos son nombrables como siempre; el
                 árbol, el piso, la casa, el Cielo, la nube, los cuerpos, todos los objetos siguen
                 siendo los mismos; pero ahora, además rebosan de una vida bullente de ojos
                 Divinos, de ojos que miran con Amor natural. Pensad en el árbol, todo
                 compuesto de ojos, y en la casa, o en el Cielo, también compuestos de ojos, y
                 pensad que las miles de miradas del árbol a la casa y las de la casa al árbol,
                 y las de ambos al Cielo, son los lazos que ligan y religan a los entes y
                 constituyen la superestructura de la realidad  : una estructura de objetos
                 ligados entre sí por la Voluntad del Creador y el Amor natural de la Gran Madre.
                        Si se la ha imaginado, hay que pensar ahora que en esa escena me
                 encontraba Yo, espantado por los omnipresentes ojos de Avalokiteshvara, “la que
                 todo lo ve”, y estremecido hasta la raíz de mis sentimientos, agitado en mi
                 naturaleza emocional por el intenso Amor de la Gran Madre, por su Piedad
                 ilimitada. Así, pues, primero  fue la fascinación por las  scintillae y luego el
                 espanto de la ebullición panóptica ; y el espanto mayor fue comprobar que mi
                 propio cuerpo estaba constituido por millones de ojos compasivos. Y este
                 fenómeno, terrible, demencial, explica por qué mi mano se detuvo antes de tomar
                 los corazones del interior del sombrero hongo.
                        –¡Neffe! ¡Arturo! –la voz de tío Kurt se dejó oír desde varios metros de
                 distancia–. Sabía que esto ocurriría y sé lo que estás viendo. No temas que todo
                 es ilusión: aún podemos cumplir nuestro objetivo ¿Puedes oírme?
                        –Sí, tío Kurt –respondí aturdido–. Te escucho como si tu voz procediese de
                 mucha distancia, y me encuentro muy sugestionado por esta profusión de ojos
                 que manifiesta la naturaleza, por este monstruo en que se ha convertido el
                 Mundo.
                        –Escúchame bien, Arturo: harás exactamente lo que Yo te solicite y
                 responderás a mis preguntas. Me comunicarás lo que irás viendo, pues aquí
                 no hay más ojos que los tuyos: todos los ojos de Avalokiteshvara son
                 ilusorios, son proyecciones de tu propia debilidad emocional.
                        Hice un esfuerzo y me volví hacia la dirección en que provenía su voz. Vi
                 millones de ojos brillantes, vi que toda la Realidad continuaba integrada por ojos
                 de pez, pero donde estaba tío Kurt, donde debían estar sus ojos, sólo vi dos
                 cuencas vacías, dos cráteres de negrura impenetrable, dos ventanas abiertas a
                 Otro Mundo: solté un grito de horror y retorné la mirada hacia adelante.
                        –¿Estás conmigo, Arturo? –preguntó insólitamente tío Kurt.
                        –Sí tío Kurt, respondí una vez más.
                        –¡Tú realizarás la Obra: Yo sólo pondré, al Principio, el Signo del Origen
                 sobre la Piedra de Fuego!

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