Page 734 - El Misterio de Belicena Villca
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Recordé las palabras de Birsa en la Carta de Belicena Villca: “los hombres
mortales, Hombres de Barro, que evolucionaban desde el barro, desde la Piedra
de Fuego del Principio que reflejaba una mónada semejante a El Uno, llegarían a
ser al Final individuos idénticos a la Piedra de Fuego, como Metatrón, el Hombre
Celeste, el Arquetipo realizado, el Cordero Hijo de Binah; serían así cuando el
Templo estuviese listo, y cada uno ocupase su lugar en la construcción, de
acuerdo al símbolo del Messiah; serían así en los días en que el Reino de YHVH
se concretase en la Tierra; y reinase el Rey Messiah; y la Shekhinah se
manifestase ”... ¡Tantos ojos! ¡Sí: aquella manifestación de Avalokiteshvara, de
la Gran Madre Binah, era también la Shekhinah, como la calificara Zacarías:
“estas raíces ópticas del Arbol de YHVH representan a Israel Shekhinah” ! Al
Principio del Tiempo, el hombre creado era como estructura de barro; al Final,
sería como Piedra de Fuego. A tales piedras, las plasmó irreversiblemente el
Signo del Origen transformándolas en Piedra Fría, en Piedra Increada, según se
escandalizaban los Demonios, marcándolas con la Abominable Señal: “Ellos,
grabaron el Signo Abominable en la Piedra de Fuego sobre la que cada Alma
de los Hombres de Barro se asentaba. Y el Signo Abominable enfrió la Piedra de
Fuego, Aben Esch, y la quitó del Final. Entonces, Cohens, la Piedra que debe
ser lavada con lejía al Final, es la Piedra Fría que no tendría que estar donde
está, porque no fue puesta al Principio por el Creador Uno”. “Piedra maldita,
Piedra de Escándalo, Semilla de Piedra: Ellos la plantaron después del Principio
en el Alma del hombre de barro y ahora se halla en el Principio”.
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–¡Transmutemini de lapidibus in vivos lapides philosophicos! –
escuché a tío Kurt repetir las palabras del Magister Dorn–. ¡Mira en la matrix !
–Veo un agua dorada, un aqua aurens, agitada por incontables chispas de
luz: ¡es el ánima panoptes !
–¡Pon los corazones en la matrix !
Sin reflexionar, busqué al tanteo el sombrero, extraje los órganos viscosos,
y los introduje por la boca de la garrafa. No bien se hundieron en el ácido
sulfúrico, una emanación de vapor tóxico me obligó a retirar la cabeza: por la
abertura del uterus philosophorum surgió durante un momento el vapor rubeo,
dando la impresión de que el líquido había entrado en combustión; sin embargo,
pronto se calmó, y un nuevo resplandor comenzó a brillar desde el interior de la
garrafa, esta vez negro. En ese momento apenas pude advertirlo porque tío Kurt
quería que Yo no levantase la vista del ácido y su macabro contenido, pero fue
evidente que disminuyó substancialmente la manifestación morfoóptica general.
–¿Qué ves ahora? –preguntó desde su puesto.
–¡El firmamento estrellado!
En efecto, el ácido había virado de color y ahora la garrafa contenía un
líquido negro, nigredo, que presentaba una superficie brillante e iluminada por
infinitud de scintillae fijas, chispas de luz que eran las estrellas de un particular
microcosmos.
–¿Qué ves ahora? –repitió.
–¡El Zodíaco! –¡Cientos, miles de constelaciones, todos los Arquetipos del
Universo estaban en ese Cielo!
–¿Qué ves ahora? –insistió.
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Trasmutémonos de piedras muertas en Piedras Filosofáles vivas.
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