Page 86 - El Misterio de Belicena Villca
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Gruta, la Virgen de Agartha. No es que con este cambio hubiesen renunciado al
                 Culto del Fuego Frío: en verdad, para celebrar aquel Culto no se requería de
                 ninguna Imagen. Fue la necesidad figurativa de los lidios la que, al “perfeccionar
                 la Forma del Culto”, introdujo en el pasado la Imagen de Pyrena. Pero Pyrena era
                 el Fuego Frío en el Corazón y su representación más simple consistía en la
                 Lámpara Perenne: a los Elegidos de la Diosa, a los que aún creyesen en Su
                 Promesa, sólo debía bastarles la Lámpara Perenne, puesto que el Ritual y la
                 Prueba del Fuego Frío debían realizarse ahora internamente. Así que, todo el
                 Antiguo Misterio del Fuego Frío estaba expuesto a la vista en aquella Basílica de
                 la Villa de Turdes. Mas, como antes, como siempre, sólo los Hombres de Piedra
                 lo comprendían. Sólo Ellos  sabían, al orar en la Capilla, que la Mirada de la
                 Virgen de Agartha, y la del Niño de Piedra, estaban clavadas en la Flama de la
                 Lámpara Perenne; y que esa Flama danzante era Pyrena, era Frya, la Esposa de
                 Navután, expresando con su baile el Secreto de la Muerte.

                        Apenas comenzado el siglo IV, tres pueblos bárbaros se lanzan al asalto de
                 España: dos son germanos, los suevos y los vándalos, y otro, el de los alanos,
                 iraní. En el reparto que hacen, a los alanos les toca ocupar la Lucitanía y parte de
                 la Bética, incluida la región de la Villa de Turdes: llegan en el 409 y, en los ocho
                 años que consiguen sostenerse en la región, su presencia se reduce al
                 usufructuo en provecho propio de los  impuestos correspondientes a los
                 funcionarios romanos y al periódico saqueo de algunas aldeas. Para hacer frente
                 a la invasión, el General romano Constancio, en nombre del Emperador Honorio,
                 contrata al Rey Valia de los visigodos mediante un foedus firmado en el año 416:
                 por este tratado los visigodos se comprometen a combatir, en calidad de
                 federados del Imperio, contra los  pueblos bárbaros que ocupan España,
                 recibiendo a cambio tierras para asentarse en el Sur de la Galia, en la
                 terraconense y en la narbonense. Los alanos son así rápidamente aniquilados, en
                 tanto que los vándalos todavía realizan incursiones a la Bética por unos años
                 hasta que finalmente abandonan la península rumbo al Africa.
                        Cuando en el 476 el eskiro Odoacro depuso al Emperador Romano
                 Augústulo, dando fin al Imperio Romano de Occidente, hacía ya cinco años que
                 el Rey Eurico de los visigodos había ocupado España. Esta vez, los visigodos
                 ingresaron para acabar con los suevos, en cumplimiento del foedus del año 418,
                 pero ya no se irían durante los siguientes doscientos cincuenta años.
                        La presencia permanente de los visigodos en España no afectó de manera
                 determinante la vida de los hispano romanos, salvo en el caso de los propietarios
                 de grandes latifundios que se vieron obligados por el foedus a repartir sus tierras
                 con los “huéspedes” germanos. Tal era el caso de los Señores de Tharsis, al
                 tener que hospedar a una familia visigoda de nombre Valter y cederle un tercio
                 de la terra dominicata y dos tercios de la terra indominicata. Pero, luego de
                 esta expropiación, que constituía un justo pago por la tranquilidad que aseguraba
                 la presencia visigoda frente a las recientes invasiones, todo continuaba igual a los
                 días del Imperio Romano: sólo el destino de los impuestos había cambiado, que
                 ya no era Roma sino la más cercana Toledo; el monto y la periodicidad de la
                 exacción, y hasta los funcionarios recaudadores, eran los mismos que en el
                 Imperio Romano.
                        Tres cuestiones fundamentales separaban desde un principio a los
                 visigodos y a los hispano romanos: Una ley que prohibía los casamientos entre

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