Page 90 - El Misterio de Belicena Villca
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judaísmo y por otro a procurar la defensa de los judíos, a evitar que sobre ellos
se ejerciese “cualquier tipo de violencia”. En el curso del Concilio, llevado por esa
falsa “piedad cristiana”, intenta dar marcha atrás a las leyes de los Reyes
visigodos.
Gracias a la intervención del Conde de Turdes Valter se aprueban diez
cánones sobre los judíos, pero sin el rigor de la ley de Sisebuto: se prohíbe a los
judíos, entre otras cosas, la práctica de la usura, el desempeño de cargos
públicos, los matrimonios mixtos, se ordena la disolución de los matrimonios
mixtos existentes, y se reafirma la prohibición de mantener esclavos cristianos.
Para evaluar la importancia de las resoluciones tomadas sólo hay que notar que
los Concilios de Toledo eran Sínodos Nacionales de la Iglesia Católica: de allí la
seriedad de uno de los cánones, que establece expresamente la pena de
excomunión para los Obispos y demás jerarquías de la Iglesia, así como a los
nobles que les correspondiesen las generales de la ley, en caso de que no
cumpliesen con exactitud y dedicación las disposiciones sobre los judíos.
En ese IV Concilio de Toledo, el Conde de Turdes Valter se lanzó con ardor
a defender la causa que denominaba “de la Cultura hispano goda”, en un
momento en que la facción pro judía encabezada por el Obispo Isidoro parecía
tener controlado el debate. Su irrupción fue decisiva: habló con tal elocuencia que
consiguió definir a la mayoría de los Obispos a favor de tomar urgentes medidas
para contrarrestar el “peligro judío”. Todos quedaron fascinados, especialmente
los nobles visigodos, cuando le escucharon asegurar que “la Cultura hispano
goda era la Más Antigua de la Tierra”, y que ahora esa herencia invalorable
“estaba amenazada por un pueblo enemigo del Espíritu, un pueblo que adoraba
en secreto a Satanás y contaba con Su Poder Infernal para esclavizar o destruir
al género humano”: Satanás les había conferido poder sobre el Oro, del que
siempre se valían para llevar a cabo sus planes inconfesables, y “con el que
seguramente habían comprado el voto de los Obispos que los defendían”. Esta
posibilidad de estar al servicio del Oro judío llevó a más de un Obispo pro judío a
cerrar la boca y permitió que, finalmente, se aprobasen las medidas esperadas
por el Conde de Turdes Valter. Empero, tal victoria no fue positiva para la Casa
de Tharsis pues puso en evidencia algo que hasta entonces había pasado
desapercibido para todo el mundo: en la actitud del Conde de Turdes Valter se
trasuntaba algo más que celo católico, algo vivo, algo que sólo podía proceder de
un Conocimiento Secreto, de una Fuente Oculta; el Conde Obispo estaba
demasiado seguro de lo que afirmaba, era demasiado categórico en su condena,
para tratarse de un fanático, de alguien cegado por la fe; a todas luces era
evidente que el Conde sabía lo que decía, mas ¿cuánto y qué sabía? ¿de dónde
procedía su Sabiduría? A partir de allí la Casa de Tharsis sería nuevamente
observada por el Enemigo: y al odio de los Golen se agregaría ahora el del
Pueblo Elegido y el de un sector de la Iglesia Católica, quienes no cesarían ya de
perseguir a los Señores de Tharsis y de procurar su destrucción; en adelante, a
pesar de que contribuiría con su riqueza y sus miembros al fortalecimiento de la
Iglesia, la Casa de Tharsis sería siempre sospechosa de herejía.
Decimocuarto Día
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