Page 89 - El Misterio de Belicena Villca
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Esclavitud de los Judíos. Era ésta una Profecía que se cumpliría
inexorablemente, tal como aseguraban en el Talmud incontables Rabinos y
Doctores de la Ley. Creían ciegamente que la Diáspora tenía por objeto
infiltrarlos entre los pueblos Gentiles como una suerte de preparación mística
para el Futuro que vendría, para la Restauración Universal del Templo a Jehová
Satanás y la Resurrección de la Casa de Israel, el verdadero Mesías Judío:
durante la dispersión, los Gentiles aprenderían quiénes son los judíos, la
expresión del Dios Uno sobre la Tierra, y los judíos demostrarían a los Gentiles
cuál es el Poder del Dios Uno. En toda la Diáspora, y en aquel Sefard de España,
los judíos, persuadidos de su protagonismo mesiánico, se entregaban a minar por
cualquier medio los fundamentos sociales de los pueblos Gentiles; la religión, la
moral, las instituciones de la nobleza y de la realeza, la economía, y toda base
legal, sufrían sistemáticos ataques por los miembros del Pueblo Elegido.
Ya Recaredo tuvo que actuar contra ellos debido a la evidencia de su
infatigable tarea corruptora, pero los sucesores de aquel Rey no obraron con la
necesaria energía y permitieron que los judíos prosiguieran con sus planes. Al
Rey Sisebuto, extraordinario guerrero y cristiano celoso, que venció
sucesivamente a los vascos, cántabros, sucones, asturianos y griegos bizantinos,
le tocó corregir esa situación: en abril del 612 dicta una ley que prohíbe a los
judíos “la posesión de esclavos cristianos”. No se le ha de escapar, Dr.
Siegnagel, la profunda ironía que implicaba aquella prohibición desde el punto de
vista teológico, habida cuenta de que las Profecías talmúdicas anunciaban “la
pronta esclavitud de los cristianos y goim”. Desde luego, a los efectos jurídicos, la
ley se reglamentó apuntando a los esclavos concretos, y así ordenaba que “a
todo judío que después del primero de julio de 612 se sorprendiese en posesión
de un esclavo cristiano le serían confiscados la mitad de sus bienes, en tanto que
al esclavo se le concedería la libertad en calidad de ciudadano romano”. También
se puso en vigencia, por la misma ley, una disposición de los tiempos de Alarico II
que mandaba ejecutar a los judíos que hubiesen convertido a un Cristiano a su
religión, incluso si se tratase de hijos de matrimonios mixtos.
Muerto Sisebuto, se reúne en 633 el IV Concilio de Toledo al que asiste el
Conde de Turdes en su carácter de Obispo local. Se tratan muy variados
asuntos, tales como la sucesión real, los casos de sedición, las normas para la
disciplina eclesiástica, etc., y en lugar central se debate apasionadamente sobre
el problema judío. El Rey Sisenando que preside el Concilio, carente por
completo de las dotes estratégicas y de la Visión Hiperbórea de Sisebuto, permite
que una facción pro judía tome la voz cantante y cuestione las medidas
decretadas recientemente contra el Pueblo Elegido. Es allí cuando el Conde de
Turdes Valter se enfrenta violentamente contra el Obispo Isidoro de Sevilla, quien
no poseee ni remotamente la Sangre Pura de Recaredo y Sisebuto, no obstante
ser uno de los hombres mejor instruidos y más inteligentes de España: su
enciclopedia en veinte tomos “Etymología” es una obra maestra para la Epoca,
además de otros numerosos libros dedicados a los más variados temas; incluso
escribió un tratado de apologética con el sugestivo título “De fide cathólica
contra Iudeos”. Empero, Isidoro profesaba una admiración sin límites por la
historia del Pueblo Elegido y consideraba al Antiguo Testamento como la base
teológica del Cristianismo, tal como lo demuestra en su tratado de exegética
“Allegoriae S. Scripturae” donde comenta los libros hebreos. Esta postura lo
condujo a la contradicción de sostener por un lado la necesidad de combatir el
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