Page 88 - El Misterio de Belicena Villca
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incomunicable: Jesús Cristo fue creado de la nada y por lo tanto no es eterno; es
                 una creatura del Dios Uno y por lo tanto algo diferente de El, algo  no
                 consubstancial con El”.
                        Sabelio no establecía distinción alguna entre las tres Personas de la
                 Trinidad mientras que Arrio diferenciaba de tal modo al Padre y al Hijo que éste
                 ya no era Dios ni consubstancial con el Padre: ambos serían condenados como
                 herejes a la Doctrina Católica. ¿Y cuál era entonces la verdad? Según lo decidió
                 en Nicea, en el 325, un Concilio de trescientos Obispos, Jesús Cristo respondía a
                 la fórmula consubstantialis Patri, es decir, era consubstancial con el Padre, de
                 su misma substancia, Dios  igual que El. De manera que  la diferencia religiosa
                 que separaba a godos y romanos versaba  sobre el complejo concepto de la
                 consubstancialidad entre Dios y el Verbo del Dios, diferencia que no alcanzaría a
                 explicar la obstinación goda a menos que se considere que con ella se estaba
                 preservando una Cultura, una tradición, un modo de vida. Quizá no se evidencie
                 en su real dimensión el peligro de inmersión en la Cultura romana que
                 denunciaban los nacionalistas godos si no se repara en la tercera cuestión, la de
                 la desproporción numérica entre ambos pueblos: porque los visigodos sólo
                 sumaban doscientos mil;  vale decir, que una comunidad de doscientos mil
                 miembros, recién llegados, debía dominar a una población nativa de nueve
                 millones de hispano romanos, exponentes de un alto grado de civilización. A la
                 luz de tales cifras se entiende mejor la reticencia de los godos a suprimir las
                 diferencias religiosas y jurídicas que los aislaban de los hispano romanos.
                        La realidad de su escaso número obligó a los visigodos a tolerar la religión
                 de los hispano romanos aunque sin ceder un ápice en sus convicciones arrianas.
                 Sin embargo, pese a la desesperación de los nacionalistas, la universalidad de un
                 mundo que entonces era católico y romano los fue penetrando por todos lados y
                 al fin tuvieron que aceptar una integración cultural que ya estaba consumada de
                 hecho. En el año 589 el Rey Recaredo se convierte al catolicismo durante el III
                 Concilio de Toledo concretando la unificación religiosa de todos los pueblos de
                 España. Siendo el de los godos un pueblo de Raza indogermana, que se contaba
                 entre los últimos que abandonaron el Pacto de Sangre, es decir, que estaban
                 entre los de Sangre más Pura de la Tierra, es fácil concluir que su presencia en la
                 península sólo podía beneficiar a la Casa de Tharsis; pero aquel paso dado por
                 Recaredo elevaría, ya sin obstáculos, a los Señores de Tharsis a las más nobles
                 dignidades de la Corte de Toledo: desde el siglo VII los de Turdes-Valter serían
                 Condes visigodos.
                        La unificación política de España completada por su padre, el Rey
                 Leovigildo, y la unificación religiosa llevada a cabo por Recaredo, iban a dejar al
                 descubierto a un Enemigo interno que, hasta entonces, había medrado con las
                 diferencias que separaban a los dos pueblos. Se trataba de los miembros del
                 Pueblo Elegido, por Jehová Satanás, quienes profesan hacia los Gentiles, es
                 decir, hacia los que no pertenecen al Pueblo Elegido,  un odio inextinguible
                 análogo al que los Golen experimentan hacia la Casa de Tharsis. A pesar de que
                 el último Cristianismo, el de Jesús Cristo, registraba el claro origen de sus Libros
                 Sagrados, de sus tradiciones, de sus Sinagogas, y de sus Rabinos, ellos lo
                 despreciaban y explicaban su existencia como un mal necesario, como la fábula
                 que pondría en evidencia la moraleja de la Verdad Judía. El falso Cristianismo
                 católico duraría hasta la venida del Mesías Judío, el verdadero Cristo, quien se
                 sentaría en el Trono del Mundo y sometería a todos los pueblos de la Tierra a la

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