Page 100 - Mitos de los 6 millones
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soviético, cuya delación fué causa de la detención de tres centenares de agentes occidentales
que trabajaban en Alemania del Este y en la URSS. Brandt llegó a Canciller de Alemania
Occidental e incluso ganó el Premio Nobel de la Paz en premio a su «Ost-Politik», cuyos
resultados fueron el reconocimiento de Alemania Oriental y de las fronteras con Polonia y
Checoeslovaquia sin contrapartida alguna. Finalmente, estalló el escándalo Guilaume,
secretario personal de Brandt, y también agente soviético de primerisimo rango. A pesar de
que se sabia quién era Guillaume y para quién trabajaba, Brandt lo admitió en el circulo
intimo de las personas de su confianza y lo mantuvo allí hasta que Guillaume fué detenido.
Brandt debió dimitir el 5 de Mayo de 1974, sucediéndole otro socialista, Helmut Schmidt.
Ciertamente una carrera política como la de Brandt a partir de 1945 sólo es posible en un
país politicamente colonizado, en el cual la traición se ha convertido en un ingrediente
normal de la vida pública, razón por la cual no puede sorprender a nadie qúe el
«establishment»político de Bonn sea un defensor a ultranza del Fraude de los Seis
Millones.
No encontramos criticable que un Gobierno castigue a sus nacionales que han
cometido crímenes, y estamos incluso dispuestos a admitir que viole sus propias leyes de
prescripción en su sed de justicia para castigar supuestos crimenes cometidos hace 35 años.
Lo que nos parece objetable es que este Gobierno ponga trabas a la búsqueda de la verdad,
deniegue visados de entrada a testimonios de descargo, como le sucedió a Rassinier, y en
cambio les pague el viaje a testigos de cargo que luego resultaron ser analfabetos o
perjuros, a tenor de sus deposiciones. Nos parece objetable que este Gobierno imponga
como libros de texto la Historia de Anna Frank y los Documentos Gerstein, pese a haberse
demostrado, por la Justicia de los propios vencedores, que son falsificaciones manifiestas.
Y nos parece más que objetable que se persiga judicialmente a Christophersen y a Stäglich
por haber osado escribir dos libros negando la fábula de los Seis Millones, y que mientras
el primero está en la cárcel se incendia su granja sin que la Policía pueda encontrar a los
autores del atentado; que se expulse de sus cátedras a profesores que osaron poner en duda
alguno de los sacrosantos dogmas del «Holocausto» y que, en nombre de la Democracia, se
juzgue, por sucesos acaecidos hace 35 o 40 años, .a ancianos ex-miembros de las SS,
partiendo del principio de que son culpables y que les toca a ellos demostrar su inocencia.
Una tal actitud no la ha mantenido nunca ningún estado soberano. Sólo lo han
hecho maharajás indios o reyezuelos hotentotes en el tiempo de la colonización inglesa,
cuando desde Londres se ordenaba que se tomaran medidas contra súbditos molestos.
Pretender, pues, que «Alemania ha reconocido la realidad del Holocausto» es una trivial
estupidez. Por la sencilla razón de que Alemania, politicamente, no existe. Alemania
Occidental, o, mas exactamente, su Gobierno, podrá reconocer lo que quiera – lo que le
mande el Sionismo – , podrá pagar las reparaciones que quiera – de las que luego
hablaremos – , y podrá erigirse en custodio de los derechos de los alemanes. El hecho es,
repetimos, que tal llamada BundesRepublik no representa ni el 40 por ciento, en extensión
de lo que fue el III Reich, descuartizado entre Polonia, Rusia, Checoeslovaquia, con dos
zonas de ocupación – una americana y otra soviética – y con su capital partida en dos y en
medio de territorio comunista. La BundesRepublik no representa más que los intereses de
Norte–américa – o de quien manda en Norteamérica – de la misma manera que la República
Democrática Alemana no representa más que los intereses de Moscu – o de quien mande en
Moscú. Dos Alemanias, equivalen, en política, a cero Alemanias. Y las manifestaciones de
sus profesionales de la política reconociendo esto o aquello en el nombre del pueblo alemán
tienen el mismo valor que las que pudiera hacer el Virrey de la India en tiempos de la
dominacion inglesa.
Ausencia total de pruebas documentales
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