Page 102 - Mitos de los 6 millones
P. 102

investigar sobre su vida y las circunstancias de su internamiento, nadie supo darle razón de
                        ella. Este «nadie» incluye a Kogon. lo cual no deja de ser sospechoso.
                              No creemos sea necesario insistir sobre la ausencia absoluta de testigos de cargo
                        jurídicamente válidos en este asunto de las supuestas «cámaras de gas». Nadie las ha visto
                        con sus propios ojos. Algunos afirman que alguien les aseguró haberlas visto, pero ese
                        «alguien», invariablemente, ha muerto; es más. en muchas ocasiones ni siquiera se ha
                        podido probar que hubiera existido. No hace falta ser un experto en criminología para
                        afirmar que, en la práctica, es literalmente imposible que un crimen repetido varios
                        millones de veces. mediante un barroco y complicado sistema que incluye gaseamiento e
                        incineración, haya podido ser realizado sin que aparezcan siquiera dos testigos válidos que
                        den una idéntica versión de la identidad de las victimas y del «modus operandi». Y por
                        testigos válidos entendemos a personas que no hayan sido torturadas o amenazadas de ser
                        entregadas, con toda su familia, a los soviéticos.
                              Y no sólo no ha aparecido ni un sólo testigo sino que todas las investigaciones que
                        se han podido hacer sobre el terreno han demostrado que nunca han habido «cámaras de gas»
                        ni en Bergen-Belsen, ni en Buchenwald, ni en Dachau, ni en Flossenburg, ni en Dora, ni en
                        Ravensbrück ni en Mautthausen ni en ningún lugar controlado por los occidentales. El
                        linchamiento legal de los guardianes del campo de Auschwitz demostró asimismo la
                        ausencia de pruebas sobre las supuestas «cámaras de gas» de ese campo, corroborando el
                        anterior «déculottage» de los curiosos testigos Friedman y Kogon por Rassinier. La única
                        prueba que queda es, insistimos en ello, la palabra de honor del Gobierno comunista
                        polaco, es decir, de un gobierno satélite de la URSS, principal interesada, con el Sionismo,
                        en la perpetuación del Fraude de los Seis Millones. No queremos repetirnos, y nos
                        limitaremos a decir que lo que afirmamos sobre la titulada BundesRepublik y sobre la
                        República «Democrática» Alemana lo aplicamos igualmente, aquí, a la actual Polonia. La
                        palabra de honor de un gobierno sobre un hecho que le concierne directamente no puede ser
                        tomada en serio en nuestra época, de predominio absoluto de la Política. Sólo podría
                        empezar a tomarse en consideración a partir del momento en que el gobierno polaco
                        permitiera una investigación seria, libre e incontrolada llevada a cabo por historiadores de
                        todo el mundo. Y si las autoridades de Varsovia están tan seguras de la certeza de lo que
                        dicen, no puede por menos de sorprender que tal tipo de investigaciones hayan sido, hasta la
                        fecha, sistemáticamente prohibidas. De momento no hay más que la palabra de honor de los
                        gobernantes de Varsovia, de que en Auschwitz hubieron «cámaras de gas». A ello puede
                        oponer, caulquier nazi (todavía) no legalmente linchado su própia palabra de honor de que
                        no las hubo. Es la palabra de uno contra la de otro, y la necesidad de la demostración
                        continúa en pie. Nosotros no nos preocupamos mucho de algo tan gaseoso (con perdón de
                        la expresión, aquí y ahora) como las palabras de honor en un tema como este. Hemos
                        demostrado la imposiblidad del Fraude de los Seis Millones, en general, y de los dos, o
                        cuatro, millones atribuidos a Auschwitz, en particular. Hemos demostrado que varios de los
                        testigos de cargo mintieron de forma flagrante. Hemos demostrado que la Acusación
                        Pública – en éste caso más que nunca – usó y abusó de  la coacción moral y física y que el
                        principal testigo – el director del campo – se suicidó (¿,o fué suicidado?) en la víspera del
                        «Juicio». Y no queremos insultar el sentido común del lector recordándole que es imposible
                        que los alemanes, antes de la llegada de los rusos, dinamitaran las «cámaras de gas», que se
                        hallaban en los sótanos del campo, y que la voladura destruyera las supuestas cámaras pero
                        no los crematorios, que se hallaban justo encima de aquéllas. Realmente, para obstinarse en
                        creer en la palabra de honor de los señores Gomulka y compañía hace falta una admirable
                        buena fé, solamente hallable en la tierna almita de una criatura de cinco años. Si la
                        investigación histórica ha demostrado que los documentos presentados por la Acusación
                        son, o bien toscas falsificaciones, o bien adolecen del descalificante defecto de dar por
                        demostrado aquello que se trata, precisamente, de demostrar, no queda más remedio que
                        analizar los documentos de los propios alemanes, relativos al caso. Esta es, al fin y al

                                                           —   102   —
   97   98   99   100   101   102   103   104   105   106   107