Page 106 - Mitos de los 6 millones
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se ha demostrado a la saciedad en el curso de la Historia, y es inevitable que la adopción de
                        tales medidas comporte abusos lamentables, en determinados casos. Pero también es lógico
                        que la Iglesia Católica –  universal por definición – se ocupe de las víctimas y procure
                        aliviar su suerte, sin entrar en la conveniencia o la necesidad de la persecución (o del
                        internamiento, o de la deportación, o como quiera llamársele). Así lo hizo el Vaticano, por
                        cuyo conducto, además, y con pasaportes y salvoconductos expedidos por la Santa Sede, se
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                        salvaron numerosos judíos, destinados a los campos de concentración.   También lo hizo
                        cuando se trató de condenar, muy vivamente, los bombardeos aéreos contra poblaciones
                        civiles en 1943, tras los raids de la aviación Aliada contra Roma y Hamburgo.
                              La Iglesia no  admitió jamás la leyenda de los Seis Millones de judíos
                        exterminados, ni admitió jamás la existencia de un plan deliberado y programado de
                        asesinato de judíos. Vamos a tomar en consideración, a feectos puramente polémicos, una
                        objección que se hace, muy frecuentemente, a la aseveración del silencio de la Iglesia
                        Católica en relación al Fraude de los Seis Millones. Se asegura que ese silencio tenía un
                        motivo: el miedo. El Vaticano tenía miedo de las medidas que pudieran tomar los Nazis si
                        desde la Santa Sede se denunciaba explícitamente la política de exterminio de los judíos
                        llevada a cabo por los Nazis.
                              Dejemos aparte lo que de insultante pueda tener tal suposición para los católicos
                        militantes. Al fin y al cabo – se argüirá – el triple perjurio de Pedro, antes de que can tara
                        el gallo, fué eso: un triple perjurio, seguido de una amarga penitencia, culminada en el
                        martirio. Ahora se pretende que el sucesor de Pedro cometió no tres perjurios en un mal
                        momento, sino millones de perjurios en el curso de seis años. Realmente, es insultante tal
                        suposición, pero vamos a tomarla en serio, repetimos, a efectos puramente polémicos. La
                        Iglesia demostró repetidas veces, que no temía a los Nazis cuando consideraba que debía
                        enfrentarse a ellos. En 1937, siendo Papa reinante Pío XI, se leyó , en alemán, en todas las
                        iglesias del Reich, la encíclica papal «Mit Brennender Sorge», que constituyó un severo
                        ataque contra algunos puntos del programa Nacional– Socialista  y, sobre todo, contra la
                        pretensión estatal de encargarse exclusivamente de la educación de la juventud, lo que se
                                                                                      2
                        consideraba lesivo para instituciones confesionales, tales como la Acción Católica.  Este
                        ataque fué uno de los más virulentos, más en el tono que en el fondo, que ha dirigido la
                        Iglesia contra estado soberano alguno, desde los tiempos de la Edad Media, en que los
                        Pontífices fulminaban excomuniones contra reyes y emperadores. Debe tenerse, además, en
                        cuenta, que «Mit Brennender Sorge» fué escrito bajo la supervisión del Cardenal Pacelli,
                        futuro Papa Pío XII, entonces Secretario de Estado del Vaticano, y que había sido Nuncio
                        Papal en Alemania por espacio de diez años.
                              El Estado Nacional Socialista tomó nota de la reconvención pero no adoptó
                        ninguna medida contra la Iglesia, la cual continuó cobrando sus subvenciones – convenidas
                        en el Concordato firmado en 1933, poco después de subir Hitler al poder – y manteniendo
                        sus instituciones privadas, libres de impuestos. Tampoco tomó ninguna medida el
                        Gobierno Alemán cuando, en plena guerra, los obispos católicos alemanes, en su
                        Convención Anual en Fulda, en Diciembre de 1942, mandaron una declaración al Gobierno
                        protestando por las dificultades impuestas al libre ejercicio del culto católico en ciertos
                        países ocupados, tales como Holanda, Belgica y Francia. El «Völkischer Beobachter» y
                        1   A veces – de acuerdo con su política de fomentar la emigración de los judíos de Europa – lo que se
                        presentó como un arriesgado salvamento no fué más que la puesta en práctica de los designios del Reich
                        a través del Vaticano, independientemente de la voluntad de éste. (N. del A.)
                        2   Citemos, de paso, que la Iglesia Católica ha condenado, no en cuestiones de detalle, como era el caso
                        de la «Mit Brennender Sorge», sino en su totalidad, todos los sistemas de gobierno que existen en el
                        mundo, o han existido. El Liberalismo (es decir, la Democracia Parlamentaria), el Marxismo (Socialismo y
                        Comunismo), la Monarquía Absoluta, el Capitalismo, etc. La Iglesia, que tuvo excomulgado al Rey de
                        Italia hasta 1929, no adoptó tal medida con el supuesto genocida Hitler... ella que había excomulgado a
                        Napoleón, a Bismarck, a un par de docenas de reyes ingleses, a Carlos V y... a los Reyes Católicos (dos
                        veces). (N. del A.)

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