Page 99 - Mitos de los 6 millones
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alemán desde 1945 hasta hoy no es, ciertamente, la más adecuada para formarse una idea
justa y adecuada de lo que sucedió, en realidad, en los campos de concentración.
En cambio, el caso del gobierno de Bonn que, mediante interminables series de
procesos contra «criminales de guerra», un tercio de siglo después de que los supuestos
crimines se produjeran, violando sus propias leyes sobre la prescripción; mediante la
enseñanza de una historiá contemporanea falseada, imponiendo como libros de texto fraudes
como el cuento de Anna Frank e imbecilidades propias de subnormales como el Documento
Gerstein, y mediante el terrorismo puro, amordazando a testigos de descargo o negándoles el
visado de entrada, como le sucediera a Rassinier en ocasión del proceso contra los
guardianes de Auschwitz, ya no puede atribuirse a incompleta o defectuosa información.
El caso del Gobierno de Bonn es diferente. El hecho es que la pretensión del
Gobierno de Bonn a ser un verdadero «Gobierno» es una dulce superchería. Es un hecho, un
hecho, con todo el peso que los hechos tienen en Política que la totalidad de la estructura
política de la titulada República Federal Alemana fué estableciada por el Gobierno de los
Estados Unidos.
No se dejó un cabo suelto. Incluso el oscuro burgomaestre – por un periodo fugaz –
de Colonia, Konrad Adenauer, nombrado digitalmente «factotum»del nuevo Gobierno,
estaba emparentado, por alianza, a través de su esposa, la judía Zinsser, con el Alto
Comisario Americano en Alemania, McCloy, a su vez alto funcionario de la mastodóntica
firma bancaria judeo-americana, Kuhn, Loeb & Co. El control sobre la República Federal
Alemana fué – y continúa siendo – completo; incluso el control sobre los periódicos, la
televisión, la radio, la banca, las escuelas y la propia Constitución de la «Bundesrepublik».
Como todo gobierno títere el establishment político «alemán» tiene el máximo interés en
perpetuar y actualizar las mentiras de los vencedores, a quienes debe su relativo poder, y su
conducta se adapta a ese interés. Todo esto es muy simple, muy comprensible, y está
perfecta. mente ilustrado por la sorprendente carrera del que fué durante casi siete años
Canciller de la.República Federal y fué, y continúa siendo, a pesar del «fiasco»de su
actuación pública, la máxima figura en la escena política de su (¿su?) país: Willi Brandt.
El verdadero nombre de Willi Brandt es Ernst Karl Herbert Frahm, y, según
1
diversos autores su madre era judía. Frahm es el apellido de su madre, mientras su padre
es legalmente desconocido. Desde muy joven se afilió al Partido Social-Demócrata y, al
estallar la guerra abandonó su patria, desertó y se refugió en Noruega. Renunció a su
nacionalidad alemana y adoptó la nacionalidad noruega. Cuando los alemanes ocuparon
Noruega huyó a la neutral Suecia desde donde, como enviado especial del «New York
Times» empezó a enviarcrónicas sobre los horrores de los campos de concentración
alemanes. El propio «Times» neoyorkino reconoció que el autor de las tremebundas
2
crónicas firmadas «W.B.» eraHerr Willi Brandt. Aprovechó, además, el tiempo, el
inquieto marxista, para escribir, en inglés, un libro titulado «Alemanes y Otras Clases de
Criminales», cuyo título dispensa de comentario.
Al término de la guerra, considerando sin duda que el clima político de su patria de
nacimiento estaba más acorde con sus conveniencias, Brandt regresó a Alemania, recuperó
su nacionalidad de origen y empezó a participar en la vida pública de la antigua capital del
Reich, de la que llegó a ser Alcalde, durante varios años. Su agregado de prensa, Hans
Hirschfeld, un judío alemán que había sido miembro de la Oficina de Desnazificación, se
vió envuelto en un asunto de espionaje en favor de la Unión Soviética. Su «correo» en los
Estados Unidos resultó ser el famoso R. A. Soblen, un correligionario suyo que fué
condenado a prisión perpetua. Otro de los protegidos de Brandt fué Otto John, ex-Jefe de los
Servicios de Seguridad de Alemania Occidental, que luego resultó ser un traidor y un agente
1 Entre otros, el francés Bordiot, el rumano Romanescu, el húngaro Marschalsko y el inglés Creagh-
Scott. (N. del A.)
2 «New York Times», 12-8-1972.
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