Page 79 - Santoro, Cesare El Nacionalsocialismo
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En su discurso de despedida, por la radio, Schuschnigg aseguraba ser dueño de la
situación. Esto era una quimera, ya que el movimiento hitlerista no sólo tenía muchos
partidarios en la Policía sino también en el Ejército. Pero aún aceptando su autoridad
¿bajo qué circunstancias y con qué resultados para la paz interna se hubiera desarrollado
el plebiscito? Todos los que conocían, y yo creo ser uno de ellos, el estado de tensión
entre los partidos en Austria reconocían que estaba fuera de duda la amenaza de una
guerra civil.
Hitler que, en sus declaraciones del 20 de febrero, en el Reichstag, había expresado
claramente su propósito, resuelto atravesó el Rubicón. El Partido nacionalsocialista de
Austria se puso en movimiento. El presidente de la Confederación, Miklas, primero
tuvo que suspender la celebración de las elecciones e inmediatamente después disolver
el gabinete Schuschnigg y reemplazarlo por el Gobierno Seyss-Inquart, constituido en
parte por nacionalsocialistas. Este Gobierno pidió la intervención armada del Reich y
creó así la base legal de la entrada de las divisiones alemanas en suelo austríaco. El
resto ya se conoce. Todo se realizó con un ritmo maravilloso y con una exactitud
matemática.
El entusiasmo delirante con que por el pueblo austríaco fueron recibidas las tropas
alemanas, y especialmente el mismo Führer, es la prueba más fidedigna de que estaba
muerta la república independiente de Dollfuss y Schuschnigg.
Por creerlo oportuno aquí referiré una anécdota que se contaba en Alemania, en los días
de la primavera de 1938. Una mozuela austríaca, paisana del Führer, se puso en camino
hacia Baviera con el propósito de ver a Adolfo Hitler. En Obersalzberg se dirigió a su
casa y ya en ella llamó a la puerta. Abrió la hermana de Hitler, quien sospechando una
visita inoportuna, al escuchar el deseo de la muchacha, respondióla que el Führer
dormía. En el propio instante apareció Hitler en el vestíbulo y oyendo las palabras de su
hermana dijo a la joven austríaca: “El Führer no duerme”, diciendo esto tomó en sus
manos el álbum de la muchacha y escribió en una de sus páginas las mismas palabras.
“El Führer no duerme”.
¿Se puede decir lo mismo de los hombres de Estado y corresponsales extranjeros que
hoy lamentan el hecho consumado?
No les ha quedado otra cosa que reconocer el hecho consumado de la nueva unión de
los dos países alemanes y con ello la nueva geografía política de la Europa central así
como la nueva situación internacional que de ahí surgió. Seguramente con la
intervención de Hitler se ha evitado una amenazadora causa de guerra. Una vez
confirmado esto, debieran tenerse presentes los métodos que exige la nueva situación
desechando todas las recetas, ya dejadas atrás por los acontecimientos, como las de
Versalles y Ginebra, y esforzarse en practicar una política conciliadora entre las
diferentes naciones, que tenga en cuenta las necesidades recíprocas.
Italia, dando el ejemplo, se ha adelantado.
Una vez por todas, el problema austríaco ha encontrado su solución natural. Solo
intereses particulares y egoístas habían impedido desde el siglo pasado la unificación
verdadera de los pueblos alemanes; estos obstáculos han quedado vencidos. El 10 de
abril Alemania y Austria se unieron nuevamente fundándose en los derechos
elementales de cada pueblo: propia determinación.
Cuando, después de la Guerra mundial, se disgregó la vieja monarquía de los
Habsburgo, fue para todos algo sobrentendido que cada grupo étnico se adhiriera a sus
respectivos Estados de origen. Así, cada uno encontró muy natural que el italiano se
reintegrara a Italia, el polaco a Polonia, el rumano a Rumania y que los croatas y
eslovenos se reunieran a los servios, así como los eslovacos a los checos. Solamente el
núcleo alemán de la antigua monarquía austro-germana que ya se había declarado en su
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